Como dijimos, serán los Austrias quienes darán al Alcázar la imagen que hoy podemos apreciar. Será Carlos I quien inicie las reformas y las finalizará Felipe II.
Nuestro Alcázar pasará de ser una obra medieval defensiva, no muy propicia para la vida y el ceremonial que los nuevos gustos renacentistas exigen, a ser un palacio, imagen visible y constante del emperador en una ciudad que, no olvidemos, se había levantado en armas contra él. Surgirá de esta manera el Alcázar, construcción genuina española, caracterizada por su simetría, en torno a un patio central y con torreones en los ángulos.
Carlos I encargó los proyectos y dirección de las obras al arquitecto Alonso de Covarrubias. A él debemos, aparte de la concepción general, la fachada principal, situada en el costado septentrional frente a una explanada desde la que se contempla una espectacular vista de la ciudad. Se trata de un enorme paño dispuesto entre las dos torres que lo enmarcan, torres que sobresalen del cuadrado de la estructura. Se divide en tres cuerpos separados por molduras. Los dos inferiores son muy similares con paramentos lisos y decoración reducida al entorno de las ventanas en el primer cuerpo y balcones en el segundo. El tercero posee una ornamentación más rica, con columnas flanqueando los vanos, modillones, escudos, y sillares almohadillados. La portada, centrada, se compone de un grandioso arco de entablamento almohadillado, enmarcado por columnas jónicas sobre bellos pedestales y rematadas por sendos heraldos que a su vez enmarcan el escudo imperial.
Atravesando la portada se accede al patio de armas, trazado por Covarrubias, pero finalizado por Francisco de Villalpando. El patio está rodeado por cuatro galerías con treinta y dos arcos apoyados en columnas corintias y con los escudos de los territorios imperiales en las enjutas. Sobre el piso principal se levanta un segundo de las mismas características y proporciones, rematando el conjunto una balaustrada corrida.
Ya dijimos que para las fachadas oriental y occidental fueron respetadas las existentes, incorporándolas al conjunto con ligeras variaciones. Y quedaba la fachada meridional y la escalera que se finalizaron en tiempos de Felipe II, tras varias interrupciones y modificaciones.
Fallecido Villalpando y senil Covarrubias, vendría a hacerse cargo de las obras Juan de Herrera, quien con las ideas del monarca concibió la caja de la escalera y la fachada como las conocemos hoy. Es un modelo de escalera imperial, apta para el desarrollo del protocolo, con tres tramos perpendiculares al muro (dos arriba y uno abajo) y dos paralelos. Entre ellos tres rellanos. Para solventar el encaje de la escalera, Herrera desplazó la fachada meridional hasta el límite que permitían las torres laterales, es la única fachada en la que las torres no sobresalen. La fachada está dividida en cuatro cuerpos. El inferior es una arcada de medio punto que la recorre en toda su longitud. Los dos cuerpos superiores se dividen a su vez, cada uno, en otras dos alturas, con abundantes vanos, los del piso inferior de mayor tamaño, y separados mediante molduras, que crean efectos de claroscuro. El último cuerpo es más pequeño, y presenta una galería con vanos de medio punto separados también por pilastras.
Éste es el edificio que ha llegado a nuestros días, aunque ha sufrido tantas vicisitudes que sería menester más extensas explicaciones.
Arx Toletum