Y LÍBRANOS DE TODO MAL

  

 Detente del Capitán Santiago Cortés
Detente del Capitán Santiago Cortés

Muestras de religiosidad popular en las colecciones del Museo del Ejército.

El día 1 de noviembre es habitual ver, en cualquier lugar de España, a numerosas personas visitando los cementerios, y llevando flores para honrar la memoria de sus seres queridos. Lo que pocos conocen es que, en realidad, el Día de Todos los Santos, solemnidad cristiana, venera a todos aquellos que, tras haber superado el purgatorio, se han santificado totalmente, obteniendo la visión beatífica y gozando de la vida eterna junto a Dios, hayan sido canonizados o no. Es el día 2 de noviembre cuando, en realidad, se conmemora el Día de los Fieles Difuntos, para recordar a aquellos que ya no están con nosotros.
El origen de la festividad de Todos los Santos lo encontramos en la costumbre dentro de la Iglesia de conmemorar la muerte de un mártir. Por el elevado número de mártires existentes, el papa Gregorio III decide consagrar una capilla a Todos los Santos en la Basílica de San Pedro. Gregorio IV (siglo IX) elige el 1 de noviembre como día para honrar a todos los Santos (se cree que haciéndolo coincidir con una fiesta pagana germana para eliminarla) Pese a estos esfuerzos, podemos encontrar diferentes tradiciones, muchas de origen precristiano, en diferentes zonas de nuestra geografía. Por ejemplo, en Canarias se celebra la “Noche de los Fianos”, con hogueras, música y baile en las calles; en Galicia, el Samaín, de origen celta, en el que se decoran las casas con adornos relacionados con la muerte; la castanyada en Cataluña (y en otras zonas de Castilla); en Begíbar (Jaén) se tapan las cerraduras con gachas para espantar los malos espíritus; y así un largo etcétera.
En el Ejército encontramos también muestras de esta religión popular, amparada en la creencia de buscar protección divina ante la posibilidad de resultar herido o muerto. Además de existir una “religión oficial”, representada en la figura de los capellanes castrenses, existen otras muestras de religiosidad, tanto individuales como colectivas, comunes a lo largo del tiempo. Por citar algunos ejemplos, el general Antonio López de Letona (siglo. XIX), incluyó en su leopoldina (prenda de cabeza), confeccionada en la famosa Casa Lorenzale de Madrid, una medalla religiosa de plata a modo de protección. Esta se colocó en la parte delantera, detrás de la escarapela, en el interior del forro de seda. El capitán Santiago Cortés González, durante la Guerra Civil española, llevaba sujetas a sus prendas una serie de escapularios y detentes, con imágenes de la Virgen y el Corazón de Jesús. El general Mariano Álvarez de Castro, defensor de Gerona durante la Guerra de Independencia (1809), recibió de las monjas del convento de San Daniel, un escapulario bordado de la Virgen para su protección. Contamos además con una serie de detentes, tanto con imágenes de la Virgen, San José, o los Santos, como con el Corazón de Jesús rodeado de una corona de espinas, de diferentes épocas, destinados a detener las balas. A esto se suman las medallas religiosas que algunas personas llevaban al cuello, muchas regaladas por sus familiares. Pero estas piezas no sólo se utilizaban para la protección individual. Había veces que se colocaban en los símbolos de un determinado Regimiento o Unidad para aportar una protección a todo el colectivo. Es el caso de un guion nacional que participó en la campaña de la División Azul en Rusia. Cosido sobre el escudo nacional, se coloca un detente del corazón de Jesús para alejar el peligro de todos los efectivos. Como vemos, estas manifestaciones de religiosidad popular son comunes a todas las épocas y a todos los empleos dentro de nuestro Ejército.

                                        Beatriz Jiménez Bermejo