Dos maneras de contar.
El Museo del Ejército conserva en sus colecciones un códice azteca de lectura vertical. Un manuscrito que combina la descripción colonial con la europea, utilizando dos formas de lenguaje que se complementan para documentar con precisión una valiosa parte de nuestra historia, de sus monumentos, de sus gentes y de su sistema de organización.
“Este manuscrito es un fragmento de un registro de la autoridad de Tlamampa, de lo que ocurría en el pueblo digno de atención (...)” Así describe este documento el <Catálogo de los objetos que contiene el Real Museo Militar a cargo del Cuerpo de Artillería> (1856). Se trata de un códice pictográfico colonial de en torno a 1526 que informa de algunos aspectos de la población de Santa Cruz de Tlamapa, Méjico. Antes de iniciar su lectura conviene aclarar esta definición. Entendemos por códice el “libro manuscrito”, pero nuestro ejemplo responde a un distinto formato. Los códices prehispánicos y coloniales cuentan con la peculiaridad de tener presentaciones diversas; tira, biombo, rollo, lienzo y hoja son las más comunes, presentando diferencias evidentes de presentación respecto al manuscrito tal y como lo entendemos en su sentido estricto. El segundo elemento que define nuestro ejemplo es su carácter “pictográfico”, ya que combina en sus cuatro franjas la escritura alfabética y la pictográfica, distinguiendo entre el Libro “escrito” europeo y el Libro indígena. El primero incluye anotaciones descriptivas u orientativas y el segundo ilustra lo narrado en dichos comentarios. A primera vista, la presencia de un documento de este tipo en la colección estable del Museo del Ejército, llama la atención del visitante. Tal y como menciona el Catálogo del Real Museo Militar, ya formaba parte de las colecciones en 1856; el texto incluye una primera traducción del contenido realizada por José Gómez de la Cortina, Conde de la Cortina, en 1853. Esta primera reseña ayudó a la comprensión del documento, estableciendo la conexión entre el libro europeo y el indígena.
Nos detenemos ahora en esa comprensión. ¿Qué nos cuenta el manuscrito azteca conservado en el Museo del Ejército? El documento se desarrolla sobre papel amate (amatl) y se divide en cuatro secciones que combinan escritura con pictogramas. Nos centraremos en ciertos elementos de detalle para su lectura: la presencia de una edificación de carácter religioso, del topónimo poblacional, de retratos de hombres y mujeres y de dos banderas con un significado poco usual. La iglesia de la población, incluida junto al título, nos lleva a la memoria de la evangelización iniciada por los misioneros; el brazo extendido, representa el topónimo de la ciudad, justo bajo el símbolo de la llegada europea. En las secciones siguientes se habla de los ocho “guardianes” de la Iglesia y de los doce “cantores” que acompañan las ceremonias, todos ellos representados mediante cabezas masculinas de perfil derecho. Los siguientes protagonistas son los cuatro hombres sentados, los “oidores”, a continuación los catorce hombres “custodios” de la justicia en la población y bajo ellos los cinco capitanes que distribuyen los tributos, estos últimos en pie, aleccionados por uno de ellos que parece darles indicaciones. La última de las secciones presenta elementos especialmente peculiares, cinco cabezas de perfil con un tocado de dos salientes, sobre dos de ellas se sitúan ambos banderines. Partiendo de la abstracción del conjunto, estos últimos pictogramas llaman especialmente la atención; se trata de cinco mujeres, tocadas con el peinado tradicional femenino del centro de Méjico, pero el texto nos habla de cuarenta y tres viudas; la cuenta es correcta, ya que los dos banderines aluden a un pictograma de cantidad, funcionando como multiplicadores (x20) y dando como resultado el número de 40.
El manuscrito azteca del Museo del Ejército es sin duda un documento que destaca por despertar la curiosidad, pero también por su valor narrativo y testimonial. Refleja sobre un mismo soporte dos maneras de narrar una historia, de transmitir una información. Una muestra sin duda de la capacidad del lenguaje y de la utilización de unos u otros recursos para contar la historia, para dejar constancia de las maneras de organizarse en comunidad y de los valores que cada grupo aporta a dicha organización. Como señalara el Catálogo del Real Museo Militar, se trataba de contar “aquello digno de atención”, o al menos lo que en ese momento así se consideraba.
María López Pérez