La poesía de un mechón

  

 Cuadro con el pelo de Pedro Velarde
Cuadro con el pelo de Pedro Velarde
¿Se conserva la esencia de un héroe en un mechón de su cabello?. Numerosas tradiciones creen que sí. El pelo, cuyo valor simbólico puede recorrerse a lo largo de la historia en distintas culturas, es un elemento personal, duradero, que conserva de algún modo la esencia de la persona a la que pertenecía.

El novelista y dramaturgo Benito Pérez Galdós, a quien el Museo del Ejército dedica actualmente una  exposición temporal, iniciaba su novela La de Bringas con la descripción de una obra pictórica: un mausoleo envuelto en un halo romántico, con urnas, murciélagos, ánforas, búhos,... acompañado de un bellísimo sauce y enmarcado por un paisaje de montaña. Esta obra, cuyo color describe Galdós como “castaño, negro y rubio”, no es un grabado ni un dibujo, sino una composición realizada con cabello. “Era, en fin, el tal cenotafio –escribe Galdós–, un trabajo de pelo o en pelo, género de arte que tuvo cierta boga, y su autor D. Francisco Bringas demostraba en él habilidad benedictina”. En esta novela galdosiana, una de sus protagonistas, la señora de Pez, quiere encargar una obra conmemorativa y ornamental con los cabellos de su difunta hija. Con unos mechones que tiene guardados, buscar a alguien capaz de “poner en verso una cosa poética que esté en prosa”.

Aunque la tradición de conservar un mechón para el recuerdo ya viene de épocas anteriores, es en el siglo XVIII cuando se crean en Francia los primeros gremios de artesanos del cabello, dedicados a una labor minuciosa y delicada, que requería una “habilidad benedictina” como dice Galdós. El número de objetos y joyas realizados con este delicado material se multiplica exponencialmente en el siglo XIX, en relación con el espíritu romántico de la época y la nueva mirada que se aporta sobre la muerte. Así, surgen negocios en toda Europa dedicados a este tipo de artesanía, que realizan desde joyas con cabello del difunto hasta pañuelos bordados con mechones, o cuadritos conmemorativos “pintados” con pelo. Los modelos tomados para estos cuadros se inspiran en publicaciones que proponen composiciones capilares, entre las que las escenas relacionadas con el mundo funerario y el duelo tienen un papel protagonista.

El Museo del Ejército conserva en sus salas de reserva un pequeño cuadro similar al que describe Galdós. Procedente del Museo de Artillería, figura en los inventarios como obra realizada con el pelo de Pedro Velarde, y se acompaña de un facsímil de su firma. La escena que representa, como en la novela galdosiana, es un monumento funerario, cuyo remate recuerda a las urnas en las que se trasladaron los restos de los héroes de la Guerra de la Independencia de 1808, Pedro Velarde y Luis Daoiz, conservadas también en el entonces Museo de Artillería. Los finos mechones de pelo trazan líneas rectas que componen el monumento y los troncos cipreses, mientras que los cabellos parecen alborotarse para simular las hojas de los árboles. Esta obra, junto con los aretes de Daoiz, expuestos en la muestra dedicada a Galdós, son ejemplos de un corpus de objetos íntimamente relacionados con estos héroes del Dos de Mayo. Estos recuerdos se revisten de un halo sacro, y se convierten en elementos casi devocionales que evocan al personaje a través del contacto directo con su persona. Esta sensación queda reforzada por su estética y sus dimensiones, que les dan un aire de reliquia.

La obra conservada en el Museo del Ejército es un pequeño ejemplo de este arte capilar tan característico del siglo XIX, así como una muestra de que la historia no sólo se contempla en grandes pinturas o relatos épicos, sino también a través de pequeños objetos. En este cuadro, la prosa heroica del supuesto cabello de Velarde se hace íntima y se transforma, como deseaba la señora de Pez, en un simple y potente verso.

                                                    María Moreno Rodríguez