En estas fechas navideñas, una de las imágenes más características es la de la Virgen María con el niño Jesús. Aunque se ha convertido en un símbolo eminentemente cristiano, el culto hacia una diosa femenina acompañada de un niño ha sido algo común a diferentes culturas, tanto orientales como europeas, a lo largo del tiempo.
Uno de los primeros ejemplos lo encontramos en la cultura de Vinĉa (entre el VI y II milenio A. C.), en el entorno del río Danubio en Serbia, Rumanía, Bulgaria y Macedonia, con figurillas de barro de representaciones femeninas con un niño en brazos. Se cree que simbolizaban la fertilidad de la tierra y la vida. En la ciudad de Ur, en la antigua Sumeria, se adoraba a Namu, representada como una mujer con cabeza de serpiente, con su hijo Enki en brazos. Namu era la diosa del “abismo de las aguas” en el océano primigenio, primera deidad y origen de todo, además de diosa del nacimiento. En Mesopotamia, una de las divinidades más importantes fue la diosa Ishtar, diosa – madre del amor, la belleza, la vida y la fertilidad. Solía representársela con manto y coronada de estrellas, aunque en otras representaciones aparece sentada en un trono con su hijo en brazos, con una estrella de ocho puntas y una media luna a ambos lados.
Se creía que la legendaria fundadora de Babilonia, Semíramis, concibió a un hijo siendo virgen. Se la representaba sentada en un trono, con su hijo, Tamuz, en brazos. Su culto fue tan extendido que fue asimilado por otras culturas como la egipcia, que tomó esta imagen para representar a Isis y a su hijo Horus. Esta iconografía pasará tanto al mundo griego (Gea) como a Roma (Mater Matuta), para desembocar en el modelo cristiano de la Virgen con niño, que aquí nos ocupa.
Los primeros cristianos incluyeron en su iconografía imágenes ya existentes, dotándolas de un nuevo significado simbólico. La figura de María como madre de Dios (Theotokos) fue aceptada de forma oficial en el Concilio de Éfeso del año 431. Una de las primeras representaciones conservadas, en este caso de María amamantando a Jesús, la encontramos en la Catacumba de Priscila (Roma). Este modelo iconográfico se extendió por Oriente (Imperio Bizantino), apareciendo una nueva forma de representación: la Virgen entronizada (Nikopoia), portando una corona cerrada adornada, y el niño en brazos. Estos modelos fueron muy seguidos durante la Edad Media en Occidente, surgiendo más tipos a partir del s. XII, con el crecimiento del culto mariano. Así aparece, por ejemplo, la figura de la Maestá, virgen entronizada sujetando al niño y con la mano a modo de bendición. Durante los siguientes siglos, se dota a las representaciones artísticas de la Virgen de rasgos menos rígidos, con gestos de ternura (como la Virgen Blanca de la Catedral de Toledo) o incluso de dolor. Pero en la imaginería popular se sigue manteniendo la imagen de la Virgen con el niño en brazos, entronizada o en pie, majestuosa, carente de emociones.
En España, el culto a María está muy arraigado, siendo raro el pueblo que no cuenta con una Virgen como patrona del mismo. Esto también se plasma en las enseñas utilizadas en diferentes momentos, tanto por la devoción de los que las utilizaron, como por protección, encomendando sus almas a su adorada Virgen. Es muy común, en todas las épocas, encontrar imágenes de María formando parte de banderas y estandartes, realizadas tanto bordadas como pintadas, como tema decorativo central o formando parte de escudos. En la imagen pueden ver algunos ejemplos.
Beatriz Jiménez Bermejo