Narraciones de jesuitas en las Guerras de Flandes III

  

 Museo del Ejército
Museo del Ejército
 
Dejábamos en suspenso (artículo de 25 de julio pasado) la narración de la llegada de Alejandro Farnesio, comandante de las tropas españolas (que llega a Novesia el 20 de julio de 1586). Veámosla a continuación:
La táctica del potentado español fue la de hacer un despliegue efectista que derrotara moralmente a su rival amurallado: primero con la caballería para iniciar cuanto antes el asedio, rodeando por completo la ciudad; llegó luego la infantería con sus armas portátiles ligeras y sus zapadores para parapetarlos en enclaves atrincherados lo más cerca posible de sus puntos clave de resistencia; luego la amalgama de la artillería: unos 45 cañones, a los cuales los ingenieros tenían que posicionar en basamentos firmes, a la vez que proteger. Era básico cortar líneas de comunicación, sobre todo por los ríos. Puso, pues, Farnesio a cada tercio ocupándose de cada puerta: los de Bobadilla y Mondragón, Juan de Águila, los italianos, los alemanes, los valones y los borgoñeses (recordamos así la composición heterogénea de los tercios).
Sin embargo, la primera decisión estratégica fracasa. Se trata de tomar los torreones de la isleta, que curiosamente están abandonados. En esta campaña, en una suerte de escaramuzas o táctica de encamisada de los de Cloedt (atrevido y feroz comandante de las fuerzas rebeldes), matan a todos los españoles y capturan a su capitán con algunos de sus hombres.
Será en un segundo intento cuando los españoles tomen dichas torres desde las cuales se castigan las murallas.
En este proceso entra en juego otro de los aspectos frecuentes de la táctica farnesiana, que es el arte de parlamentar, en un intento de manejar soluciones que no sean solo la destrucción. Nuestro autor Strada contabiliza hasta tres intentos de parlamento, el primero casi cuesta la vida del propio comandante. Todo esto aviva en ambas soldadescas una brutalidad que acrecienta el relato, cuyo paroxismo llega en la noche de Santiago, fiesta grande en la parte asediadora, que se celebra con fuegos y bombardas a la usanza militar. Responden los rebeldes con una macabra fiesta particular, también con fuego, donde las piras son dos soldados capturados que mueren consumidos de esta forma.
Sin embargo, esa misma noche se produce el principio del fin de la ciudad, ya que una de las escaramuzas comandadas por el propio comandante rebelde, con sus mejores 300 hombres y principales capitanes, queda desbaratada al caer sobre el foso parte de la muralla y quedar muchos hombres muertos y heridos, entre ellos el propio Cloeds que a partir de este momento debe permanecer en una cama.
En esta situación crítica, ya el día 26 de julio, en un intento último desesperado de los sitiados por establecer condiciones de paz, es la soldadesca católica la que entra por los puntos más maltrechos de la deshecha muralla, y puertas vencidas, siendo ya las subsiguientes escenas auténticamente dantescas: Cloets niega la salvación de su alma, que procuraba un sacerdote jesuita. Inmediatamente, es colgado de una ventana a la vista de todos. La huida rebelde es pavorosa, el saqueo inmediato. Se declara un inmisericorde fuego: Las mujeres y niños también perecen por el clamoroso incendio que asola todos los lugares; iglesias donde se escondían; todas las casas, y todos sus objetos y bienes.
¿Fue un triunfo?, Farnesio en realidad vio fracasado su intento de salvar haciendas para el bien de la corona; los jesuitas frustrados en el procurar bienes salvíficos, esta vez ni para propios ni para extraños. Eso sí, triunfa la política: Ernesto de Baviera, elector de Colonia, recuperaba su poder ante su rival de Truchsess.
Antonio de la Cruz
Fotografía: Museo del Ejército