Dos caras de la misma moneda

  

 Anverso y reverso del denario celtibérico de Turiasu. Museo del Ejército.
Anverso y reverso del denario celtibérico de Turiasu. Museo del Ejército.

Dos caras de la misma moneda.

 

Un denario celtibérico en el Museo del Ejército.

 

Esther Rodríguez López

 

 

 

En las faldas de Moncayo, en tierras de Zaragoza, hubo una ciudad celtibérica llamada Turiasu que durante los siglos II y I a.C. acuñó su propia moneda. El Museo del Ejército conserva un denario celtibérico procedente de aquella ceca, una moneda de plata que se exhibe en la sala de Los ejércitos antes del Ejército. Es una pieza cuyos detalles reflejan el carácter orgulloso del pueblo que la puso en circulación.

 

En el anverso de la moneda la protagonista es una cabeza masculina, barbada y de perfil a la derecha. De nariz recta, ojo bien dibujado, boca pequeña y un peinado en bucles que enmarca la oreja. Es un rostro que nos recuerda al de los héroes y atletas griegos. Refleja una belleza helenística, propia del gusto de los habitantes de las colonias que se establecieron en nuestras costas mediterráneas.

Las monedas fenicias, griegas y púnicas que circularon desde estos enclaves costeros hacia los territorios interiores, dejaron su huella en las acuñaciones propias de los pueblos prerromanos de la Península Ibérica. Sin duda copiaron la fisionomía de estos rostros aunque los significados que les otorgaron fueron distintos. ¿Es la cabeza de un rey, de un héroe, de un guerrero, de un dios...? Todavía desconocemos la respuesta certera, pero sí podemos deducir que hubo un interés expreso de las ciudades celtibéricas en hacer saber que éstas eran sus monedas, en las que escribieron nombres y signos en lengua ibérica y celtibérica, las lenguas en las que se expresaban y que eran una seña de su identidad.

Los signos “Ka”, “s” y “tu” que aparecen situados bajo la cabeza y el nombre de Turiasu, sobre la línea de exergo, en el reverso, identifican la ciudad de origen de esta pieza. Turiasu unió su nombre al de sus monedas y a la imagen del jinete lancero, símbolo de las élites ecuestres tan importantes para  las sociedades celtibéricas. La propia producción de moneda estuvo en manos de estos guerreros, dirigentes de las ciudades, poseedores de caballos y armas que sólo las élites privilegiadas podían costearse y mantener.

En nuestro denario, el jinete aparece con el rostro de perfil, tocado con casco, túnica o coraza corta, cuerpo de frente y pierna derecha flexionada, mientras el caballo corre al galope, obligando al jinete a llevar la lanza en ristre apuntando hacia abajo. Esta imagen es puro movimiento si la comparamos con el rostro estático del anverso. El caballo transmite una sensación de fuerza que se evidencia en sus cuartos traseros intencionadamente marcados y su musculatura, tensionada por el esfuerzo al elevar las patas delanteras. Un jinete que armado, sujetando firme las riendas y erguido sobre su montura, se dirige a la guerra para defender su ciudad, su pueblo y mantener con ello su condición de hombre poderoso.

Las investigaciones siguen abiertas respecto a la identificación exacta de estos jinetes en las acuñaciones indígenas celtibéricas. No cabe duda de que fueron personajes importantes. Su presencia en los denarios, monedas que podían viajar muy lejos en manos de sus portadores, nos revela el empeño de estas élites guerreras de permanecer en la memoria, en un intento de llegar más allá de los confines del mundo por ellos conocido. Sin duda lo consiguieron puesto que sus monedas han llegado hasta nosotros.

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    Anverso y reverso del denario celtibérico de Turiasu. Museo del Ejército.
    Anverso y reverso del denario celtibérico de Turiasu. Museo del Ejército.