El hombre siempre ha utilizado los caballos para diferentes funciones, siendo una de ellas la de la guerra. Durante la Edad Media se utilizaron como base de la caballería pesada, que supuso la forma de combatir definitiva durante gran parte del citado periodo. Se basaba en la utilización de un caballero fuertemente armado con prendas defensivas, armadura de punta en blanco, y una gran lanza de guerra, que montaba un caballo, también acorazado. La fortaleza del sistema la daba la unión de ambos a través de una silla de guerra o de arzón. Al galope junto a otros caballeros formados en línea, la convertían en una poderosa fuerza de choque.
Para ello un caballo poderoso y bien defendido era fundamental, y por tanto se cuidaba la crianza y entrenamiento de estos animales, así como su protección, gracias a la fabricación de armaduras especiales para ellos, las bardas. Éstas protegían parcial o totalmente el cuerpo del animal, además de permitirle tener libertad de movimientos en el campo de batalla.
La protección de la cabeza era clave, ya que era la parte más expuesta y delicada, a la hora de recibir un impacto de cualquier tipo. Para ello se les dotaba de unos “cascos”, llamados testeras. Éstas protegían sobre todo la parte frontal: ojos, orejas, nariz y boca del equino, ayudando también a evitar que los ruidos e imágenes del fragor de la batalla pudieran alterarlo. Algunas incluso se remataban con cuernos u otros elementos que daban un aspecto más imponente al conjunto, como la testera de justar del caballo del Duque de Alcalá de los Gazules que posee unos impresionantes cuernos de carnero, y que forma también parte de nuestras colecciones.
Durante la segunda mitad del siglo XVI y comienzos del XVII estas protecciones, tanto para animales como para caballeros, fueron perdiendo su función bélica. Pero mantuvieron su presencia como elementos de distinción y lujo. Por ello los arneses más completos tenían, entre las diferentes piezas, una testera para el caballo que tenía las mismas decoraciones que el resto de la armadura. En el centro de la misma solían llevar remachada una placa o un elemento decorativo, y sobre él un canutillo donde se colocaba un penacho de plumas para decorar el conjunto.
La media testera que mostramos, ya que no cubre toda la superficie de la cara, está formada por tres piezas remachadas entre sí, una central o careta y dos orejeras, de acero. Presenta bandas estrechas decorativas en toda la zona perimetral grabadas al agua fuerte y doradas, que se completan con tachones dorados. Y tres más anchas en el frontal, delimitadas por bandas sogueadas que contienen motivos decorativos renacentistas, grutescos, como trofeos militares, medallones con motivos antropomorfos, vasos, “puttis”, etc. Estos patrones ornamentales fueron muy comunes en las guarniciones del último cuarto del siglo XVI, realizadas en la zona norte de Italia, especialmente en Milán, muchas veces destinadas a personajes de la alta nobleza hispana. En el interior presenta todavía restos del sistema de acolchado de cuero que servían para proteger la cara del caballo. Además se observan los huecos donde iría fijado un canutillo para empenachar la testera.
GERMAN DUEÑAS BERAIZ