En estos tiempos en los que la guerra vuelve a estar en la mente de todos, podemos volver la vista hacia aquellas iniciativas que buscan estrechar lazos entre los pueblos, y en nuestro museo encontramos fondos que reflejan el deseo de tender puentes entre culturas. Así, entre las piezas extranjeras que se muestran en la sala temática de condecoraciones se encuentra un ejemplar de la Orden del Sol Naciente, creada en Japón en 1875 para honrar a aquellos, japoneses o extranjeros, que contribuyesen a la preservación y difusión de la cultura nipona.
Unos años antes se había producido un importante cambio en la sociedad japonesa, con el fin del período Edo, en el que el país había estado regido por diversos shogun, jefes militares convertidos en gobernantes de facto. Tras una guerra civil, en la que vencieron los partidarios de que el poder real volviese a manos del emperador, se inició el período Meiji (1868-1912), caracterizado por una mayor apertura hacia el mundo occidental.
El gobierno Meiji quería situar a Japón en el panorama político internacional, y emprendió un proceso de modernización, tomando como referencia a Occidente, pero sin renunciar a su propia tradición. Con ese deseo de conservar y difundir la cultura japonesa surgió la Orden del Sol Naciente, cuya iconografía está cargada de simbolismo. La parte central de la pieza es un estrella esmaltada en blanco, con una escudo circular rojo en el centro, que remite claramente al Sol Naciente, al igual que la bandera nipona. Esa estrella pende de un cuerpo compuesto por hojas esmaltadas en verde, con los nervios en plata, sobre las que se disponen tres grupos de flores moradas. Las hojas y las flores corresponden a la paulownia, nombre dado por los occidentales al árbol que en Japón se conocía como kiri, y que se cultivaba allí desde hacía siglos.
En 1823 el naturalista alemán Philip Franz von Siebold visitó Japón, y a su vuelta llevó a Holanda las semillas de kiri. Años después describió esta especie en su obra Flora Japonica, y, en homenaje a la reina de los Países Bajos, Anna Pavlovna Romanova, hija del zar Pablo I, le dio el nombre de Paulownia.
La condecoración que se expone en nuestro museo correspondería a la categoría de encomienda, que se lleva colgando del cuello con una cinta blanca con listas rojas en los extremos, que conservamos igualmente. La pieza se guardaba en una caja o hako, realizada en madera lacada, cuyo exterior también se adornaba con blasones de paulownia. El conjunto ingresó en el museo en 1915, y responde al tipo de piezas producidas en Japón entre finales del siglo XIX y principios del XX.
Para preservar el arte tradicional, el gobierno Meiji alentó la producción de las artes y artesanías japonesas heredadas del período Edo. Entre ellas se encontraba el arte de la laca urushi, obtenida de la aplicación a la madera de sucesivas capas de esa resina. Tras el pulido de las piezas, éstas se decoraban mediante la técnica makie, que permitía obtener decoraciones doradas sobre el fondo negro, dibujadas a pincel y cubiertas con partículas de oro. En el interior de la caja se incluye una superficie de terciopelo morado, del mismo color que las flores de paulownia, y dentro de la tapa figura una inscripción en caracteres orientales. En los laterales de la caja se insertan unos enganches metálicos, de los que pende un cordón textil de color salmón, que es similar a los que aparecen en otros objetos lacados de la época, como las fubako o cajas para cartas.
Esta condecoración, originada en el Japón decimonónico, sigue otorgándose en la actualidad, y continúa respondiendo al mismo deseo de colaboración entre naciones.
Ainhoa López de Lacuesta