Casco y peto de coracero del Cuerpo de Guardias del Rey de Amadeo I de Saboya

  

 Casco y peto de coracero
Casco y peto de coracero
Estas piezas constituyen el testimonio de un breve reinado, que se desarrolló durante el llamado Sexenio Revolucionario (1868-1874), entre la caída de la dinastía borbónica y la restauración de la misma.

Dos años, un mes y nueve días. Ese es el tiempo que duró el reinado de Amadeo de Saboya, un paréntesis en nuestra agitada historia de finales del siglo XIX, que nos ha dejado piezas singulares, como el casco y el peto empleados por los coraceros del cuerpo de Guardias del Rey, creado por el monarca durante su fugaz reinado.

 Tras “La Gloriosa”, la revolución que llevó al exilio a Isabel II, al año siguiente se promulgó la nueva Constitución, que seguía estableciendo un régimen monárquico. Un año después de su aprobación, España continuaba sin tener un rey, cuya figura se hacía necesaria para hacer frente a la inestabilidad política, el mal estado de la Hacienda y los levantamientos carlistas. Juan Prim, al frente del Gobierno, fue el encargado de instaurar una nueva dinastía para evitar el regreso de los Borbones. El elegido fue el hijo del rey de Italia Víctor Manuel, Amadeo de Saboya, cuya llegada a nuestro país coincidió con el asesinato de su principal valedor, Prim, el 30 de diciembre de 1870. Pocos días más tarde, el 2 de enero de 1871, las Cortes Constituyentes proclamaron a Amadeo rey de España.

 Mediante un decreto firmado por Prim el 12 de octubre de 1868 se había disuelto el Cuerpo de Alabarderos, lo que suponía la total desaparición de las tropas de la Casa Real borbónicas. Por un nuevo decreto, de 1 de febrero de 1871, se creó el Cuerpo de Guardias del Rey, cuya misión principal sería la custodia del rey y los servicios especiales al mismo. La unidad estaba formada por una compañía de ciento veinte hombres de Infantería y un escuadrón de Caballería de setenta jinetes.  El color rojo elegido para sus uniformes hizo que los madrileños los conocieran como “los cangrejos”.  Para ser guardia era necesario tener una estatura mínima de 1,70 cm., no tener más de treinta y cuatro años de edad, carecer de defectos físicos y observar buena conducta.

 La uniformidad de los jinetes se distingue de la Infantería en el casco metálico, la coraza y las hombreras de metal blanco con el anagrama de Amadeo I, junto con las botas de montar. Nuestro casco es “a la romana”, con una gran cimera, como el que portaba la diosa clásica Minerva, que era una deidad guerrera. El perímetro de la cimera, realizada en latón, lo recorren motivos decorativos anillados, y en el centro figura una estrella en relieve rodeada de flores. Al pie se sitúa un óvalo con la  cifra del rey bajo corona, rodeada por hojas de palma y de roble, y en  la parte inferior dos leones soportan un escudo con las armas reales, con la cruz de Saboya en el escusón central.

 También formaba parte del uniforme de los coraceros el peto de chapa de acero, que tiene el borde tachonado por remaches de latón, a los que se suman dos tetones en el pecho, para sujetar las correíllas del espaldar. En el interior de la pieza se disponen ocho botones de latón para sujetar el forro acolchado de cuero. La coraza es de hechura francesa, y responde a los modelos utilizados por los coraceros de Napoleón durante la guerra de la Independencia de 1808, lo que sabemos gracias a la marca “Zuderell-Paris” estampada en la pieza. Dado que la producción de este artífice no fue más allá de 1810, se trataría de una pieza reutilizada, recompuesta mediante el cambio de los tirantes y correas de sujeción originales añadiéndose en las correspondientes a la Guardia Real un medallón central de latón, con las iniciales “G.R.” entrelazadas bajo la corona real.
 
 Tras dos años de desavenencias, finalmente el 11 de febrero de 1873 se leía ante el Congreso y el Senado la renuncia al trono de Amadeo I de Saboya, y dos días después el presidente de la recién instaurada República firmaba un decreto en cuyo primer artículo se establecía que “queda disuelto el Cuerpo de Guardias del Rey”.


                                               Ainhoa López de Lacuesta