El invento chino de la porcelana despertó una absoluta admiración en el mundo occidental, su blancura, su traslucidez y sonoridad, encajaban a la perfección con la delicadeza y estética de lo bello que dominaba el ambiente europeo. Las principales factorías se preocuparon por encontrar el misterio de su composición, siendo el principal obstáculo el control de su componente esencial: el caolín. En este contexto, la Real Fábrica de Porcelana de Meissen, se convertirá en una de los espacios más importantes de producción de porcelana europea, las piezas más valoradas se realizaron en el siglo XVIII, alcanzando, junto a las de Sèvres, en Francia, un nivel de preciosismo y calidad semejante a los codiciados ejemplos chinos.
Viajemos a la segunda mitad del siglo XVIII europeo, en estos momentos las artes decorativas encontraron en el estilo rococó, del francés rocaille y del italiano rocalla, su mejor aliado para recrearse en la ornamentación y el refinamiento de composiciones y asuntos; en este contexto la mirada de la alta sociedad se deja seducir por la sugestión y el deleite, dejando atrás los asuntos conceptuales en pro de la frivolidad. Esta nueva estética destaca por su libertad, un sentimiento que se traslada al espacio íntimo, invadiéndolo de vivos y brillantes colores, de composiciones dinámicas y una tendencia hacia el desequilibrio en lo decorativo; los temas beberán también de lo intrascendente, adquiriendo lo cotidiano un protagonismo innegable.
Hemos seleccionado uno de los conjuntos de Meissen que conserva el Museo del Ejército que responde a esta tipología, se trata de una "escena de cortejo" o "escena galante", un grupo escultórico de composición piramidal, de porcelana esmaltada y pintada, en la que un caballero corteja a una dama, haciendo cupido de "carabina" mientras observa la sobrecargada escena. La "declaración de amor", será uno de los asuntos más recurrentes dentro del sentir sugestivo de la estética rococó, de la mano del desarrollo de un arte que escapa del encorsetamiento de la corte oficial y se pone al servicio del juego de lo social, recorriendo las artes decorativas de los salones y logrando un diálogo entre los objetos, la pintura y el diseño de los espacios, todo ello para seguir estando "a la moda".
El amor es el leitmotiv de las escenas de cortejo, en ocasiones también se apostará por temas mitológicos, cobrando la diosa Venus un singular protagonismo; la definición de los personajes se adaptará además a la temática, ya sean de carácter costumbrista, con cupido casi siempre presente, ya sean divinas, con diosas y ninfas rodeadas de entornos florales y angelotes alados. Lo terrenal y lo divino se entrelazan en estos grupos, la desnudez de los dioses y el vestir "a la moda" de lo humano, todo ello utilizando una paleta cromática muy viva, casi irreal, de marcado carácter sensual e invitando al deleite. La presencia de elementos de la naturaleza endulzará este tipo de composiciones, en nuestro caso un árbol y un banco de jardín, así como los detalles florales del vestido y el perfil sinuoso de la peana oval, en moldura decorativa, sobre la que descansa el grupo, adornada con breves pinceladas que sugieren un espacio de exterior. No es de extrañar que este tipo de piezas formaran parte de una colección privada como la de Antonio Romero Ortiz [Santiago de Compostela, 1822 - Madrid, 1884], ya que la factoría de Meissen contó con una enorme aceptación, especialmente en conjuntos escultóricos decorativos como el que nos ocupa, conjuntos apreciados enormemente por el efervescente coleccionismo de la época.
María López Pérez