¡ Detente, el Corazón de Jesús está conmigo !
El poder de salvaguarda atribuido a algunos objetos ha fascinado al hombre desde tiempo atrás, la posibilidad de lograr protección individual ante cualquier circunstancia los convertirá en herramientas indiscutibles en contextos fuera de su control, los conflictos militares serán, sin duda, uno de estos contextos. Los detentes o escudos del Sagrado Corazón de Jesús, llamados indistintamente escapularios, preservativos, salvaguardas o simplemente imagen, terminarán por convertirse en amuletos esenciales para alejar o apartar el peligro, objetos que combinan imagen y palabra que adquirieron un marcado protagonismo en las guerras españolas de los siglos XIX y XX, prendidos en la ropa del soldado, bien visibles junto al pecho, para detener las balas mortales del enemigo.
En España, estos complementos encontrarán su momento de mayor desarrollo durante la tercera Guerra Carlista, y posteriormente en la Guerra Civil, siendo excelentes ejemplos del poder de sugestión que llegaron a provocar entre los combatientes, actuando como emblemas-escudo de fuerte carga simbólica, carga enriquecida por aquéllas que los confeccionaban, generalmente las madres o esposas del soldado, un elemento no desdeñable teniendo en cuenta el futuro incierto del portador. Aunque presentan una gran diversidad formal, todos ellos coinciden en un elemento común, la conexión entre imagen y palabra, una unión que fortalece su valor de salvaguarda y que repite la fórmula “Detente, el Corazón de Jesús está conmigo”. El texto principal se asocia a múltiples combinaciones, de acuerdo con el marco de uso, en nuestro ejemplo “Reinaré en España”, enmarcado en las acciones de la División Española de Voluntarios [1941-1945]. Los materiales utilizados también serán diversos, los ejemplos más modernos utilizaron la estampa protegida con plástico y cosida con hilo de lana, tal y como se observa en la que hoy proponemos. En el reverso del óvalo se incluye la leyenda, recorriendo el perímetro sobre una cruz con los colores nacionales, el centro se reserva a la representación figurada del Corazón de Jesús, la Santa Tripa coronada con una cruz, como ancla a la vida, la herida y las gotas de sangre.
La advocación se centra en el Sagrado Corazón, una advocación individual de carácter preservativo que tiene sus raíces en un acto divino que, al igual que la propia creencia de protección se sitúa en esa dimensión en que la fe supera a la razón. Debemos remontarnos a la figura de Margarita María Alacoque, religiosa del Convento francés de la Visitación de Paray-le-Monial, quien, tras una aparición divina en pleno desarrollo de la peste en Marsella de 1720, apostó por esta imagen como salvaguarda frente a la terrible epidemia. Sin embargo, la devoción se consolida más tarde en España, con un carácter fuertemente individual y plasmada en estos pequeños iconos capaces de dar forma a lo invisible, de transformar formalmente el escudo tradicional y adaptarlo a la necesidad. Estas pequeñas armaduras acompañaron en la defensa, pero también en la muerte, acentuando este aspecto su carácter sobrenatural y actuando como enlace divino para aquellos que estaban en zona de peligro, como soporte de devoción y de reafirmación de su fe. En estas pequeñas piezas se funde la imagen y la palabra, la devoción y la religiosidad del pueblo, el culto y la irremediable necesidad de enfrentarse a lo desconocido, sólo lo divino podría proteger con tanta urgencia. La fórmula escogida para condensar todo ese poder es la que adoptan estos objetos, aparentemente sencillos pero capaces, dentro de el ámbito de aquello que no se puede explicar, de alejar de sí el mal, la muerte o la desgracia.
María López Pérez