Muere el rey Fernando el Católico

  

 Retrato del rey Fernando el Católico. Óleo. Autor: Alonso Santiago Alguacil, 1970. BIC. Museo del Ejército.
Retrato del rey Fernando el Católico. Óleo. Autor: Alonso Santiago Alguacil, 1970. BIC. Museo del Ejército.

23 de enero de 1516

FALLECE EL REY  FERNANDO EL CATÓLICO.

 

Fernando II de Aragón, llamado "el Católico" murió el 23 de enero de 1516 en Madrigalejo (Corona de Castilla, Cáceres). Había nacido en el Palacio de Sada, en la villa de Sos (Corona de Aragón, Zaragoza) el 10 de marzo de 1452.

Fue sin duda el mayor estadista de su tiempo. Su nombre va íntimamente unido al de la reina Isabel I de Castilla. La boda de ambos supuso el inicio de la unificación española. Juntos consiguieron terminar la Reconquista y emprender la importante empresa del descubrimiento de América.

Durante su reinado se sentaron las bases de nuestros ejércitos, que comenzaron a hacer sentir su peso en Europa y África.

 

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Al morir su primo segundo, el infante Alfonso de Castilla (1468), y ser reconocida como heredera de Castilla por la mayor parte de la nobleza la hermana de éste, la infanta Isabel, medio hermana de Enrique IV de Castilla, su padre Juan II puso su empeño en conseguir el matrimonio de Fernando con la princesa castellana, que se produjo en octubre de 1469 en el Palacio de los Vivero de Valladolid.

Dificultades para celebrar esta boda:

Isabel y Fernando eran primos lejanos, por lo que necesitaban un permiso papal para poder casarse.

La boda clandestina de los Reyes Católicos:

En 1469, el destino de los reinos de Aragón y Castilla quedó unido mediante el matrimonio de sus príncipes, Fernando e Isabel, que pasarían a la historia como los Reyes Católicos. Sin embargo, esta boda contaba con la oposición del Papa y del rey castellano y sólo pudo realizarse gracias a la falsificación de documentos, por lo que durante dos años su validez fue muy discutida.

El enlace de los Reyes Católicos cambió el curso de la historia de España.

El 19 de octubre de 1469, el príncipe Fernando de Aragón y la princesa Isabel de Castilla se desposaron en Valladolid. Para ser un matrimonio que determinaría el curso de la historia, se celebró sin ninguna pompa; el esposo incluso tuvo que acudir en secreto y disfrazado de mozo de mula de unos mercaderes. Razones tenía de sobra, ya que sabía que la boda que se iba a celebrar no era válida a efectos religiosos y, por si fuera poco, habían falsificado una bula supuestamente emitida por un Papa que llevaba cinco años muerto.

La boda no podía celebrarse, según la doctrina eclesiástica, por la consanguinidad de los cónyuges: ambos eran bisnietos de Juan I de Castilla y Leonor de Aragón, lo que les convertía en primos, si lejanos. Para autorizar el matrimonio habría sido necesaria una bula papal, pero el Papa Paulo II se negó a concedérsela, ya que esto significaba meterse de lleno en el conflicto sucesorio por la corona de Castilla. El rey castellano Enrique IV, medio hermano de Isabel por parte de padre, había accedido a nombrarla sucesora suya solo con la condición de elegir a su esposo: Isabel se disputaba el derecho a la corona con Juana, la hija de Enrique, un conflicto que acabaría años después en una guerra por la sucesión al trono de Castilla. Juan II de Aragón aprovechó el conflicto para prometer a su hijo Fernando con Isabel, a cambio del apoyo de su reino a las aspiraciones de ésta.

 

Engañando  al  rey  y  al  Papa

 

La boda era de gran interés tanto para el rey de Aragón –que, habiendo tenido un reinado convulso, quería asegurar mayor poder para su hijo– como para el bando isabelista en Castilla–que podía esgrimir la alianza dinástica en favor de su candidata–. Por lo tanto, al no contar con la bendición del Papa en vida, optaron por atribuírsela a uno que ya estaba muerto: a tal fin sobornaron a Antonio Jacobo de Véneris, nuncio apostólico, para que fabricara una bula firmada por Pío II, el pontífice que había muerto cinco años atrás y que, supuestamente, permitía el matrimonio entre primos hasta el tercer grado.

Habiendo obtenido el documento, aún quedaba burlar la oposición de Enrique IV. Por ello, el príncipe Fernando fue trasladado en secreto a Castilla, donde le esperaba Isabel, que había rehuído la férrea custodia de Enrique con la excusa de visitar la tumba de su difunto hermano Alfonso. La falsa bula convenció al obispo de Segovia, que permitió el enlace; pero una vez que la boda se hubo celebrado, el engaño no pudo mantenerse y les costó la excomunión a ambos príncipes, y a Isabel el enfrentamiento abierto con el rey castellano. A la vergüenza de haber sido engañado y de que su hermana no hubiera respetado el acuerdo que le daba derecho a elegir a su esposo, se unía el revuelo causado por la falsificación de la bula papal.

La solución, sin embargo, llegó del propio Vaticano: en 1471, el papa Sixto IV envío al cardenal Rodrigo Borgia –quien se convertiría a su vez en Papa en 1492, con el nombre de Alejandro VI– como legado pontificio. El astuto cardenal hizo un trato con Isabel y Fernando: les entregaría una bula que legitimara su matrimonio –la cual en realidad, según las fuentes históricas, ya estaba en su poder– a cambio de que éstos, si lograban prevalecer en sus aspiraciones al trono, concedieran la ciudad de Gandía y el título de duque a su primogénito, Pedro Luis Borgia.

La Bula de Simancas, como así fue llamada, ponía fin a dos años de escándalo y legitimaba un matrimonio que ya era un hecho. Sin embargo, el conflicto estaba lejos de acabar, ya que parte de la nobleza castellana nunca aceptó la validez del enlace y las aspiraciones de Isabel al trono, que consideraban que pertenecía por derecho a Juana de Trastámara (apodada la Beltraneja), la hija de Enrique IV, apoyada por el rey de Portugal, Alfonso V el Africano, que pretendía casarse con ella para unir la coronas de Castilla y Portugal.

Estas tensiones, a la muerte de Enrique IV (1474) acabarían por causar una guerra civil en Castilla entre 1475 y 1479, del que emergería victoriosa la facción isabelina y, con su marido convertido ya en rey de Aragón, empezarían un capítulo decisivo para la historia de sus reinos.

Fernando, tras arduas discusiones con la recelosa nobleza castellana, consiguió ser proclamado corregente de Castilla con los mismos derechos que Isabel mediante la Concordia de Segovia (1475). Fernando participó activamente en la dirección militar de esta guerra, a cuyo resultado contribuyó de una manera definitiva, sobre todo en la indecisa batalla de Toro (1476), convertida en victoria estratégica por el genio político de Fernando, y en la sumisión de ciudades rebeldes.

La guerra terminó con la derrota de Juana. Por el Tratado de Alcáçovas (1479), Juana renunció al trono en favor de Isabel y se recluyó en un convento de Coímbra, convirtiéndose Isabel I en reina indiscutida de Castilla. Ese mismo año, (20 de enero de 1479) Fernando sucedió a su padre como rey de Aragón. Pero fue en el año 1475 cuando puede fijarse la unión de ambas coronas según los términos de la Concordia de Segovia, un tratado firmado el 15 de enero de 1475 en el Alcázar de Segovia, por los cuales Fernando fue nombrado rey de Castilla como Fernando V, reinando junto con su mujer la reina Isabel I, uniendo así ambas coronas. Y aún más importante serán las Cortes de Toledo de 1480, donde en su ley 111 se dice:  «Pues por la gracia de Dios los nuestros Reynos de Castilla y de León y de Aragón son unidos, y tenemos esperanza que por su piedad de aquí en adelante estarán unidos, y permanecerán en una corona Real: E así es razón que todos los naturales de ellos traten y comuniquen en sus tratos y facimientos».

Sin embargo, la reina Isabel I de Castilla no pudo ser nombrada de iure reina de Aragón, ya que al existir un varón legítimo (su esposo), ése sería el rey y por tanto Isabel sería reina consorte. Es antihistórico hablar de una ley sálica como la francesa en la Corona de Aragón, absolutamente inexistente en Código legal alguno en cualesquiera de los territorios de la Corona. El sistema de nombramiento era consuetudinario, entronando al varón legítimo de mayor edad, y el documento esencial era el testamento del rey. En cambio existía el llamado "iure uxoris", por el cual el varón consorte de la reina se convertía en rey por el imprescindible hecho del mando militar.

 

Tras dictar las primeras medidas de ordenamiento interno de sus reinos (a partir de 1480 extendió la figura del corregidor, se sanciona a los nobles rebeldes y se reorganiza la hacienda real), los reyes emprendieron en 1481 la conquista del Reino nazarí de Granada. A través de las dificultades de esta guerra (1481-1492), fundamentalmente de asedio, el rey Fernando fue revelando sus dotes diplomáticas y militares. La guerra terminó con la capitulación de Granada el 2 de enero de 1492. La conquista del último reducto musulmán en la península otorgó a los reyes un prestigio que ayudó a consolidar la autoridad real. En los reinos de la Corona de Aragón, Fernando no modificó el sistema político tradicional (que dificultaba la concentración de poder en manos del rey). Introdujo en Castilla las instituciones aragonesas de los consulados (como el Consulado del Mar, de Burgos) y los gremios, favoreciendo de este modo el desarrollo económico castellano, especialmente el comercio de la lana.

 

En Italia​

A partir de 1492, tras sufrir un intento de asesinato en Barcelona, Fernando centró su actividad en la tradicional expansión aragonesa hacia Oriente, a través del Mar Mediterráneo, principalmente hacia Italia y el norte de África. Mediante el tratado de Barcelona (1493), recuperó el Rosellón y la Cerdaña (ocupados desde 1463 por Francia). En Italia, para oponerse al intento francés de anexionarse el Reino de Nápoles, organiza la Liga Santa (1495), su primer gran éxito diplomático internacional. Los éxitos en las campañas militares (en las que el ejército del rey era dirigido por Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán) y la astucia del rey permitieron expulsar a la dinastía reinante del Reino de Nápoles y, en 1504, a los franceses, con lo que Nápoles se sumó a las posesiones de la Corona de Aragón. El papa Alejandro VI, que a pesar de ser originario de los territorios de la Corona de Aragón, no tenía buenas relaciones con él porque temía que en sus afanes territoriales quisiera incluir parte de los estados pontificios, les concedió el título de Reyes Católicos a Fernando y a su mujer, la reina Isabel I de Castilla, mediante la bula papal “Si Convenit” del 19 de diciembre de 1496.

Otro de sus frentes diplomáticos contra Francia reposó en una sabia política de alianzas matrimoniales, mediante la cual los reyes establecieron alianzas con otros países europeos (matrimonio de sus hijas Isabel y, a la muerte de ésta, María, con el rey Manuel I de Portugal; de Juan, con Margarita de Austria; de Juana con Felipe el Hermoso, y de Catalina con Arturo, príncipe de Gales y, tras la temprana muerte de este, con su hermano, el futuro Enrique VIII de Inglaterra), aislando a Francia, a la cual hizo fracasar reiteradamente en sus intervenciones en Italia.

Expansionismo y sucesión. En el norte de África, se mostró contrario a ocupaciones a gran escala y restringió sus acciones a la ocupación de algunas plazas litorales del Mediterráneo, como por ejemplo Orán. Mientras todo esto ocurría en Europa, el descubrimiento de América y la rápida ocupación y explotación de las tierras americanas iban fortaleciendo la posición internacional de los Reyes Católicos.

A la muerte de Isabel (1504), Fernando proclamó reina de Castilla a su hija y tomó las riendas de la gobernación del reino acogiéndose a la última voluntad de Isabel la Católica. Pero el marido de Juana, el archiduque Felipe, no estaba por la labor de renunciar al poder y en la concordia de Salamanca (noviembre de 1505).Se acordó el gobierno conjunto de Felipe y la propia Juana, como reyes, actuando Fernando como gobernador. Previamente, Fernando había neutralizado el apoyo francés a su yerno Felipe por el Tratado de Blois, y se había casado con su sobrina nieta Germana de Foix, sobrina del rey Luis XII.

El 19 de octubre de 1505, a los 18 años de edad, Germana se casó por poderes con Fernando II de Aragón, de 53 años, viudo de Isabel la Católica desde hacía casi un año, celebrándose las velaciones de dicho matrimonio en la localidad palentina de Dueñas el 18 de marzo de 1506. En los pactos, el rey de Francia cedió a su sobrina los derechos dinásticos del reino de Nápoles y concedió a Fernando el título de rey de Jerusalén, derechos que retornarían a Francia en caso de que el matrimonio no tuviese descendencia. A cambio, el rey Católico se comprometió a nombrar heredero al posible hijo del matrimonio.

En 1506, llegó el matrimonio de Juana y Felipe a la península y pronto se manifestaron las malas relaciones entre el yerno (apoyado por la nobleza castellana, que formaron el grupo felipista) y el suegro (apoyado por los representantes de las ciudades, que formaron el grupo aragonés) de modo que por la Concordia de Villafáfila (1506), Fernando se retiró a Aragón y Felipe fue proclamado rey de Castilla en las Cortes de Valladolid, con el nombre de Felipe I. Pero el 25 de septiembre de ese año muere Felipe I el Hermoso, y ante la incapacidad de la reina Juana, el cardenal Cisneros tomó temporalmente la responsabilidad del poder como Presidente del Consejo de Regencia de Castilla hasta la vuelta de Fernando. Cuando éste regresó, encerró a su hija de por vida en Tordesillas y gobernó como regente en Castilla, aunque no obstante, se centró en las cuestiones de Italia (tomando parte en la Liga de Cambrai contra Venecia en 1511) y dejó el gobierno de Castilla al cardenal Cisneros (Concordia de Burgos de 1507).

Navarra

Como hijo de Juan II intervino de forma activa en la guerra civil de Navarra, con la introducción de tropas castellanas en el interior del Reino de Navarra, hasta que en 1512 y en apoyo del bando beamontés realizó de forma abierta la definitiva incorporación o conquista de Navarra con tropas vascas, aragonesas y castellanas, al mando del II duque de Alba de Tormes, Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez. Para controlar el reino y dentro de las medidas diplomáticas, se reunieron las Cortes de Navarra el 23 de marzo de 1513, en una asamblea a la que sólo acudieron beamonteses, para que le dieran su apoyo, que consiguió, tras prometer respetar todos los derechos del Reino. Tras ello, los procuradores le juraron obediencia como «Católico rey don Fernando, rey de Navarra nuestro señor de aquí en adelante...»

El 7 de junio de 1515, las Cortes castellanas reunidas en Burgos, sin presencia de navarros, aceptaron que cuando muriese Fernando II el Católico se incorporase el Reino de Navarra a los reinos de su hija Juana I, entonces reina de Castilla, lo que les fue propuesto por el propio rey Fernando. No obstante, la guerra para controlar el reino se prolongaría hasta 1524, reinando su nieto, Carlos I.

Testamento y muerte.

En su legado consignó todas sus posesiones a favor de su hija, y en el puesto de ella debía asumir el gobierno y la regencia de los reinos de Castilla y Aragón, su nieto Carlos de Gante, futuro Carlos I y, hasta su llegada, nombró a su hijo natural Alonso de Aragón regente de los reinos de la Corona de Aragón y al Cardenal Cisneros, regente de Castilla. Murió el 23 de enero de 1516 en Madrigalejo (provincia de Cáceres), cuando iba a asistir al capítulo de las órdenes de Calatrava y Alcántara en el monasterio de Guadalupe.

 

Aquejado de hidropesía durante un retiro en la villa de Aranda de Duero, otorgó testamento en 26 de abril de 1515; aunque más tarde redactaría otro la víspera de su muerte en Madrigalejo; en él dejó herencias a determinados sirvientes, hijos y a su esposa Germana de Foix. Expresó asimismo su voluntad de ser enterrado en la Capilla Real de Granada, junto a su primera esposa, Isabel de Castilla.

Su muerte pudo haber sido originada por haber hecho abuso de cantárida, que en aquellos tiempos se utilizaba como un afrodisíaco, en un intento por lograr un heredero varón con su esposa Germana de Foix.