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La entrañable visita de Álvaro, un niño de cuatro años con una grave enfermedad, a la Brigada Acorazada
lunes 26 de octubre de 2015
Número: 4630
El niño con la boina negra de la Unidad (Foto:BRIAC XII)
Visita al Museo de Medios Acorazados (Foto:BRIAC XII)
Alguien anónimo definió la niñez como un estado de conciencia que termina el día en que un charco es percibido como un obstáculo y no como una gran oportunidad… El 20 de octubre, en colaboración con la Fundación Make a Wish Spain, la Brigada Acorazada “Guadarrama” XII se transformó en un enorme “charco” para recibir la esperada visita de Álvaro, un niño de poco más de cuatro años diagnosticado con una grave enfermedad. Su pasión por los “tanques” y el mundo militar le viene de la mano de su hermano mayor; otro gran apasionado de la milicia, que se la ha ido inculcando a base de juegos y repetidas explicaciones.
Tras su aparición a la hora estipulada, todos los que esperábamos su llegada no dudamos un instante en chapotear esa soleada mañana con él y no dejar pasar la gran oportunidad que se presentaba ante nosotros. Álvaro venía acompañado de sus padres, algunos familiares, y la responsable de la Fundación en Madrid. Un saludo militar por parte del niño y su expresiva mirada al acercarnos, ahorró todas las presentaciones: no había tiempo que perder. En cuando bajó de los hombros de su padre, no dudó en subirse a un carro Leopardo, del Regimiento “Alcázar de Toledo” nº 61, puesto a su disposición. Por fin, lo que hasta ahora sólo era un dibujo serigrafiado en su camiseta —hecho por él días antes— se había convertido en realidad: Álvaro y un soldado con uniforme y gorra hablaban desde lo alto de un carro de combate.
Cuando el jefe accidental de la Brigada, coronel José M. González Casado, se acercó a saludar a Álvaro y su familia, el niño estaba sentado dentro de un Pizarro del Regimiento “Asturias” nº 31 hablando con un miembro de la tripulación. El coronel fue el encargado de darle la buena noticia: “Álvaro, ya te has ganado el título de Soldado Acorazado de Honor y puedes ponerte la gorra que lo acredita”. A continuación, para celebrarlo, mostramos nuestra mejor sonrisa en la foto de familia con el nuevo miembro de la Brigada. “Álvaro, hijo, saluda, que ya tienes una gorra con un tanque”, apuntó su madre, orgullosa. Y en este momento, el niño también nos sorprendió a nosotros, pues nos había traído un regalo: una maqueta de un carro, con su foto, sobre una peana de madera, mimetizada, y la leyenda “Gracias, Goloso”.
Durante el traslado a la siguiente estación, entramos en todos los vehículos cadena y “tiendas de campaña” —puestos de mando y avances— que nos encontramos: la unidad estaba preparando un ejercicio y Álvaro quería ser el primero en probar todo lo que veía. Los primeros instantes con los tiradores de precisión los afrontó con cautela; no se soltaba de nuestra mano. Y es que los soldados “con la cara pintada y ese traje” —el ghillie— no le inspiraban demasiada confianza. Cuando se acercó a los fusiles y le permitieron tocar y mirar “por donde se mira”, la sonrisa de nuevo inundó su cara.
Poco después, el personal del simulador Steel Beast del Leopardo tuvo que enfrentarse a un reto táctico para el que casi nadie está preparado: Álvaro, sentado en uno de los puestos de tirador, no llegaba a los pedales. Un certero golpe de mano en la cocina y el acopio de una caja de fruta vacía permitió subirlos a su altura. Este hecho provocó que el subteniente responsable del simulador no tuviera más remedio que hacerle entrega del título de Tirador de Carro Honorífico.
De camino al Museo de Medios Acorazados, le preguntamos que si sabía quién era Indiana Jones. Como contestó afirmativamente le confiamos un secreto: “Tenemos su moto con sidecar guardada ahí dentro”. Al oírlo, su gesto y su voz no se hicieron esperar: “Quiero montarme en la moto”. Alguien se adelantó unos pasos y en cuestión de segundos la réplica de la BMW de la II Guerra Mundial se transformó por arte de magia “acorazada” en la moto de Indiana Jones. Un Álvaro emocionado la pilotaba mientras dos miembros del museo, con cara de gran satisfacción, se encargaban de empujar durante unos cuantos metros. Después, visitó todas y cada una de las piezas del museo mediante la conocida técnica infantil de “botas sobre la coraza” y, a continuación, el interior de su sala de exposición.
En la Sala Histórica del “Asturias”, los más de 350 años de historia de la unidad pasaron como un suspiro, ya que “aquí no dejan tocar nada”. Esta vez fueron sus familiares los que tomaron el protagonismo e hicieron varias preguntas a las que el personal responsable de la instalación respondió con gusto. Para finalizar, y fuera de la agenda oficial de la visita, tomamos un refrigerio con Álvaro para recuperar fuerzas después de tan intensa mañana. En este acto informal se le hizo entrega de varios regalos por parte de un cuadro de mando que se involucró de manera especial en esta visita. Al ver la cara del niño abriendo los paquetes y la emoción contenida de sus padres, alguien comentó —o quizá fuera sólo un pensamiento en alto— que, aunque se adelante un poco en el calendario, a la magia de los Reyes Magos no hay coraza que se le resista.
Álvaro, nos hemos mojado contigo en tu gran charco… ¡Gracias!
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