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jueves 21 de junio de 2018

Número: 076

Una “Enigma” en el museo de la Academia De Artillería

Cartel de la exposición (FOTO: BCA)

Cartel de la exposición (FOTO: BCA)

Máquina Enigma (FOTO: Fuencisla de Julián)

Máquina Enigma (FOTO: Fuencisla de Julián)

Desmontaje de la máquina (FOTO: Fuencisla de Julián)

Desmontaje de la máquina (FOTO: Fuencisla de Julián)

En la exposición temporal “Tesoros de nuestro patrimonio cultural” organizada por la Fundación Biblioteca Ciencia y Artillería se muestran desde el pasado 9 de mayo hasta el 30 de noviembre en la Sala del Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Academia de Artillería las principales “joyas” de la cultura, historia y ciencia de los últimos 500 años conservados en la Academia.

Entre ellas figura la máquina de cifrado “Enigma”, que la Academia de Artillería posee; Enigma es una máquina de cifrado criptológico; las primeras diez  llegaron a España en 1936, como apoyo de la Alemania nazi al ejército de Franco en la guerra civil española.

El cometido era el cifrado de comunicaciones. De este envío se conocen los números de serie, tratándose todas del modelo comercial del tipo K (una evolución comercial del tipo D). En aquel momento, fueron recibidas por el Comandante Antonio Sarmiento León-Troyano, organizador de los servicios de escucha, criptografía y desencriptación. 

         Un segundo envío de otras diez, adquiridas por el Gobierno de Franco, llegaron  en enero de 1937, con los siguientes números de serie: de la K-287 a la K-294, y la K-225 y 226. Se trata del mismo modelo que las anteriores. En este envío  es donde debemos situar la que la Academia de Artillería posee (la K-293).

         Finalmente y hasta completar  más de cuarenta máquinas, las últimas llegaron para servir a  las comunicaciones de la Legión Cóndor, y que al ser sufragadas por España se quedaron aquí.

         En la actualidad, el casi medio centenar de estos artilugios que posee España, se encuentran principalmente en el Cuartel General del Ejército y el Estado Mayor Conjunto. También las hay en el Centro Nacional de Inteligencia  y asignadas a museos e instituciones como Museo Histórico Militar de Figueras, en el Instituto de Historia y Cultura Militar o la propia Academia de Artillería.

         Los trabajos sobre máquinas de cifra basadas en rotores, en aquellos momentos lo normal era usar libros de cifra, comenzaron alrededor de la Primera Guerra Mundial; la primera máquina Enigma definida como modelo A, se atribuye su invención al ingeniero alemán Arthur Sherbius  en el año 1918; decimos atribuye porque hay documentos que demuestran que una máquina de rotor fue patentada por el holandés Hugo Alexander Koch, quien vendió los derechos al ingeniero eléctrico alemán. Sin embargo, no será hasta 1923 cuando verá  la luz la primera de estas máquinas en la fábrica Chiffiermaschinen AG en Berlín, y su destino inicial sería tanto comercial como militar. Esta primera máquina del modelo A, que pronto fue mejorado por el modelo B, aparentemente era muy parecida a una máquina de escribir de la época, pues la clave obtenida a través de los rotores,  quedaba impresa en un papel.

En los modelos posteriores, C, D y K, se sustituye la impresión en papel por un panel con el alfabeto cuyas letras se iluminarían. Su funcionamiento por tanto se basaba en un dispositivo electromecánico, que pulsando las teclas como en una máquina de escribir, accionaban unos interruptores eléctricos, y provocaban el movimiento de unos rotores. Por tanto, se desprende que su funcionamiento era muy sencillo para los dos operadores, pues hacían falta dos, uno para teclear y otro para copiar las letras cifradas que se iluminaban. De hecho el manual del operador que acompañaba a cada máquina, no era más que un pequeño panfleto. Si desde el punto de vista del operador su manejo era muy sencillo, en cuanto al cifrado, estamos ante un algoritmo de sustitución que nos ofrece millones de códigos sin repetirse.

Este sistema tan complejo, hizo pensar a los alemanes que la cifra era imposible de “romper” (término que se emplea al hecho de descifrar un código), y con la nueva necesidad impuesta por la guerra que comenzaría poco después, la fábrica de estas máquinas se nacionalizó y su producción tuvo un uso exclusivo militar.

La rotura de los códigos comenzó en Polonia, en manos de matemáticos, entre otros destacar la figura de Marian Adam Rejewski, quien contó con la ventaja de haber dispuesto de una máquina y saber cuál era la base de su funcionamiento, proponiendo una solución, pero que con la ocupación alemana fue imposible de desarrollar en su país. Esta solución  fue adoptada por los ingleses, que  recibieron la ayuda excepcional de polacos y también de franceses. Estando a la cabeza del equipo  de matemáticos, estudiosos del ajedrez y apasionados de los crucigramas, Alan Turing (a la postre considerado pionero y visionario de la informática como hoy la conocemos), y en Bletchley Park, sede de la Escuela Gubernamental de Códigos y Cifras, situada en el condado de Buckinghamshire, a unos ochenta kilómetros de Londres, fabricaron unas máquinas denominadas  “bombe” (una especie de ordenador electromecánico), y poniendo varias a funcionar al mismo tiempo, fueron capaces de descifrar  las claves correctas siguiendo un sistema de catalogación.

         Pero a este éxito técnico/científico, contribuyeron otra serie de acontecimientos más relacionados con la condición humana: mensajes que se reiteraban como saludos, felicitaciones…, que proporcionaban una secuencia conocida. Y aunque los códigos se rompieron, este hecho no fue desvelado hasta mucho tiempo después de terminada la guerra.