Vuela una granada en Bangui
Capitán Luis Coletes
Sargento 1º Alberto Crespo
Mando de Operaciones Especiales
En Bangui, en ese tiempo, las escaramuzas y los tiroteos entre los bandos beligerantes entran dentro de la normalidad. El ruido y la furia campan por el laberinto de sus calles todas las noches. Los componentes del Grupo de Operaciones Especiales ya llevan meses en la capital de la República Centroafricana. Están acantonados en el recinto de una comisaría de policía abandonada y cedida por las autoridades locales, esa es su base. Allí es frecuente despertar del sueño con el ruido de las explosiones de granadas de mano y del fuego de fusilería. El olor y el sonido sustituyen al espacio y al tiempo entre las paredes de la comisaría. El odio entre Seleka y Antibalaka no descansa. Tampoco los guerrilleros del MOE, que desde la primera noche hacen imaginarias sin distinguir empleo o especialidad; todos tienen que colaborar con la seguridad. Todos saben que su misión se desarrolla ahora en un lugar peligroso. Estamos en la República Centroafricana y esto es Bangui.
Los días pasan, oscuros, batidos siempre por los dos bandos en lucha (Seleka y Antibalaka), en el sombrío tablero de la violencia, revolviendo las piezas en torno a una población civil que ya ha sufrido mucho con unos combates que se mueven por las calles de Bangui como una mancha lenta y contagiosa.
Es 15 de octubre de 2014 y una nueva misión comienza cuando los vehículos del Ejército español salen de la base europea para llevar a cabo una patrulla rutinaria por la ciudad; aunque los guerrilleros del Mando de Operaciones Especiales saben que la rutina en Bangui no existe, que ningún día es igual, que ninguna ruta es la misma y que no hay ningún hecho previsible durante una misión.
Después de más de cuatro meses de trabajo en apoyo a la población civil, los centroafricanos están muy acostumbrados a la presencia de los españoles, lo cual resulta generalmente muy positivo, pero por otra parte los bandos beligerantes, a quienes se les han incautado armas de fuego e impedido en muchas ocasiones sus acciones hostiles contra sus enemigos, empiezan a valorar a los españoles como un obstáculo o incluso una amenaza para ellos.
Es un día despejado y de mucho calor, como casi cualquier otro en Bangui en aquella época. Durante el regreso, y ya a menos de un kilómetro de la base, una unidad de Infantería francesa está desplegada en un cruce en posición defensiva, parapetándose tras sus vehículos blindados de ruedas y apuntando con sus armas en dirección norte. Los guerrilleros del MOE viajan en dos vehículos Lince, a bordo de los cuales van ocho hombres: dos conductores, dos tiradores, y sólo cuatro con posibilidad de desembarcar del vehículo. Los blindados españoles hacen alto y el capitán Coletes desembarca para preguntar al jefe de la unidad francesa, un teniente, acerca de la situación. El teniente le responde que un grupo armado de Antibalaka parece que se acerca. El capitán informa por radio y propone a sus mandos quedarse con los franceses, para apoyarlos si la situación empeora. El capitán es autorizado a quedarse y coloca sus vehículos en el lado oeste del cruce, protegiendo ese frente.
A los pocos minutos empieza a llegar personal armado a la zona. Normalmente, ante la presencia de tropas de EUFOR, estos individuos no pisan las vías principales, donde saben que los vehículos de EUFOR son dominantes y disponen de ametralladoras, sino que se quedan en los estrechos callejones que dan perpendicularmente a la calle principal, por los cuales es imposible que entren vehículos, y todo el que entre a pie se verá enseguida en mitad de un laberinto de casas sin indicación alguna y en el que es muy fácil desorientarse.
Un jefe del grupo Antibalaka, al que ya tienen identificado de otras ocasiones anteriores, abandona la seguridad del callejón y sale a la vía principal, situándose a escasos 20 metros de los vehículos. El aspecto del jefe enemigo es siniestro, con pelo largo y rizado, una calavera colgada al cuello, un collar con pequeñas bolsas de piel, un AK-47 con tres cargadores unidos, portaequipo, un hacha y dos cuchillos, uno en cada tobillo. El capitán Luis Coletes le da el alto en francés y le insta a que deje su arma en el suelo. El sargento 1º Alberto Crespo también le hace señas para que haga lo mismo, pero el hombre responde negativamente y con una actitud abiertamente hostil, sin mediar casi ninguna palabra, aunque con un lenguaje corporal agresivo, tratando de intimidar. El capitán escucha por radio a uno de los suyos, que vigila la actitud del antibalaka: «Cuidado, que se está calentando, tiene el dedo en el disparador, va a hacer fuego».
Una granada de mano
explosiona en el aire,
a pocos metros del capitán,
y lo alcanza de lleno
Cada vez más enemigos llegan a la zona, lo que aumenta la tensión; y, sin previo aviso, una granada de RPG-7 cruza en dirección norte-sur la calle, impactando en una casa cercana a la posición de los franceses con un gran estruendo y poniéndolos a todos cuerpo a tierra. Instintivamente, el capitán mira hacia el ruido, al mismo tiempo que el jefe enemigo levanta su fusil para disparar contra ellos, pero rápidamente el tirador del primer vehículo Lince, Riaza, hace fuego con su ametralladora sobre el jefe enemigo, abatiéndolo al instante.
En ese momento empiezan a recibir disparos desde los callejones. Todos desembarcan, devolviendo el fuego. Vuelan varias granadas colándose una por debajo del vehículo, sin herir a ninguno de los soldados desembarcados. El sargento 1º Crespo se acerca rápidamente al cadáver del jefe insurgente para desarmarlo y que su fusil de asalto no caiga en otras manos. Entonces reciben fuego de fusilería y granadas, respondiendo con contundencia los dos tiradores de ametralladora de los vehículos, Guzmán y Riaza, que consiguen silenciar el fuego enemigo; un momento que Alberto aprovecha para colgarse el AK-47 y saltar a su vehículo para embarcar de nuevo.
Desde los vehículos se divisa mucho personal armado cruzando rápidamente de un lado a otro de la calle y realizando fuego en movimiento. Los españoles devuelven el fuego. Un individuo armado dispara al capitán, impactando varias veces en la pared contra la que está apoyado. Luis responde haciendo fuego hacia el interior del callejón, incluso apoyando el fusil en el hombro contrario, tal es el riesgo de asomarse al callejón. El capitán y el sargento 1º siguen avanzando con idea de no mantenerse en defensiva y sin perder el contacto con el enemigo. Uno de ellos dispara hacia él, impactando en el suelo, sale corriendo y se parapeta detrás de una casa. El capitán dispara unos 10 ó 12 cartuchos contra la esquina de la misma, sólo para que el enemigo viese que lo tiene localizado y que está haciendo fuego aunque no le tuviese a tiro.
Llegados a ese punto, echa la vista atrás y observa que el sargento 1º Crespo y él han progresado unos 30 metros hacia el interior de las calles, y ya no pueden ver el Lince desde su posición. Por eso empiezan a saltar apoyándose por el fuego de vuelta hacia la calle principal.
Pronto llegan al principio del callejón, donde los vehículos siguen cubriendo sectores. El sargento 1º Crespo llega a su Lince y, justo cuando el capitán se gira para dar el último salto, una granada de mano enemiga explosiona en el aire pocos metros por encima de su cabeza, alcanzándolo de lleno. Siente una presión enorme en la cabeza, quemaduras en los hombros y en el cuello, como si le hubiesen salpicado con ácido, y un dolor fuerte en el brazo derecho. Apenas puede oír, a pesar de que lleva tapones especiales para tiro (los franceses les habían recomendado llevarlos, ya que ellos habían tenido mucho personal con lesiones de oídos), y se vio envuelto en una nube de polvo que lo rodeó por completo. En ese momento es consciente de que está herido. Con las heridas salta de nuevo en dirección a los vehículos, pone la espalda contra la puerta del Lince y realiza unos seis u ocho disparos en la dirección opuesta.
Pasan unos segundos, ya no se escuchan más disparos, así que entra en el vehículo, notando cómo va recuperando la audición. Coge la radio e informa de la situación, explicando que se había producido un tiroteo muy fuerte. Al final añade: «Y que sepáis que estoy herido». La respuesta es: «Repita el último mensaje, ¿ha dicho herido?». Responde que sí, y le preguntan: «¿Leve o grave?», a lo que responde: «Creo que leve». El cabo conductor Abel le dice que se mire el brazo. Tiene un trozo de metralla clavado.
Pronto se pone en marcha el protocolo para trasladarlo a la base e inmediatamente al hospital ROLE 1, donde le espera el personal sanitario francés, y de allí rápidamente en un convoy al ROLE 2, donde le operan.
A los tres días es repatriado a España y en su cabeza sólo había una idea: volver a la misión, volver a Bangui. Después de una nueva operación y reposar dos semanas, el capitán Coletes consigue que le autoricen a volver a la República Centroafricana para terminar su misión y donde le esperan esos hombres que el día 15 de octubre de 2014 pelearon con fuerza, confianza y valor por las calles de Bangui: Abel, Checa, Calderón, Guzmán, Riaza, Andrés, Diego y Alberto.
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