El Paso de Sabzak (III)
Sargento Carlos Rachid G. Kouiche
RI "Tenerife" Nº 49
El sol que se pone, el sol que se levanta, la luna que se va y la luna que viene. Han pasado dos noches y Sabzak reconoce con el amanecer a los hombres del señor de la guerra tayiko, los tukus; y reconoce también a los soldados españoles que, sin haber podido escapar ninguno de ellos del insomnio, andan atentos a toda la nueva información que les va llegando.
Saben, porque han visto cómo lo han defendido, que los tukus quieren quedarse con el paso de Sabzak. Saben, porque lo han vivido, que no llegará la paz y la seguridad allí sin una dura lucha. Saben que, no muy tarde, tendrán que saludar a la primera bala; y, posiblemente, devolverla. Por ahora conviene hacer poco ruido. Saben que están cerca.
Kent (el teniente jefe de sección) reúne a los jefes de pelotón en la base de patrullas, después de haber organizado el perímetro de seguridad, y cuenta de forma somera la idea de 5V para el día siguiente. De forma somera pero contundente. "Nada de movimientos complejos. Iremos con todo lo que tenemos y ocuparemos la zona, que es lo que hace la Infantería; una vez allí, el que quiera, el que pueda, que nos desaloje". Cuenta despacio la maniobra para que todo el mundo, incluidas piedras y caminos, tenga claro qué es lo que hay que hacer. "El subgrupo táctico se conformará en dos columnas y, por saltos, avanzaremos hasta la zona a ocupar".
Nadie comenta ni discute nada. Se municiona y se dedica especial atención a las armas colectivas, los vehículos y las transmisiones. Son soldados que conocen su oficio, saben lo que hay que hacer. Casi nadie duerme. Nadie escapa del insomnio. Han velado la madrugada y velan el tiempo. Empiezan a subir a los vehículos y se desean suerte: nudillos entrechocando, dedos entrelazados, guiños y alguna sonrisa. Solamente queda esperar la orden de marcha.
Todavía es de madrugada. El escalón aéreo ha lanzado al aire el águila y el pájaro de metal envía las imágenes que todos esperaban: la zona está poblada por mucho personal armado. Las radios comienzan a llenar de órdenes el aire, de interrogaciones y respuestas, de nuevos itinerarios sobrevenidos y de una nueva historia que solo van a poder contar sus protagonistas.
Pronto comienzan a oírse disparos, cuyos orígenes tratan de identificar. Los insurgentes son buenos guerreros y lo han demostrado estos días, y estos siglos, pero la orden es liberar el paso de Sabzak y no hay lugar para otra respuesta, cuya solución a esa hora y en esa madrugada nadie sabe.
Pronto comienzan a oírse disparos, cuyos orígenes tratan de identificar. Los insurgentes son buenos guerreros y lo han demostrado estos días, y estos siglos, pero la orden es liberar el paso de Sabzak y no hay lugar para otra respuesta, cuya solución a esa hora y en esa madrugada nadie sabe.
Todos los elementos de la Compañía “Albuera” comienzan a ser objetivo certero de las descargas de los insurgentes, que han elegido espacio y tiempo conociendo también su oficio. Nadie ignora que los insurgentes hacen fuego, para privarlos de la capacidad de esa maniobra que, lenta pero inexorablemente, acerca a los hombres del Batallón “Albuera” hacia ellos.
El sargento Kouiche va en su vehículo atento a la radio y mirando por las ventanas a ese fuego, ángel terrible, que quiere adueñarse de la batalla. La radio ruge, todo el mundo informa de lo que ve o de los ataques que sufre. 5V, con voz calmada, va dando las ordenes que cree oportunas.
El sargento Kouiche ve claramente las evoluciones de las unidades. Dragón y su gente van a su derecha. Tiene al enemigo justo enfrente. Un poco más adelante, a la izquierda, Kiriki está haciendo una pequeña pinza y va hacia las primeras posiciones insurgentes. Tánatos y su sección avanzan por nuestro flanco derecho. Kent va en vanguardia de la sección, comienza a descrestar y empieza a recibir un intenso fuego de todo tipo.
El resto de los pelotones de la primera sección, donde va encuadrado el sargento Kouiche, comienza a evolucionar y se colocan en línea; delante tienen un barranco y unas líneas de cotas que van a dar a un pequeño valle, bañado por el estéril polvo y la apagada arena, punteado con pequeñas matas resecas, por donde escapa el viento, y que pintan el paisaje con el mismo color que la batalla. A lo complicado de la situación, pues prácticamente toda la unidad está bajo fuego enemigo, se une la precaución que deben tener debido al terreno, que se enfrenta a su manera con los vehículos LMV Lince.
Bajo fuego enemigo se toma la decisión de desembarcar. A Pony le ha tocado subir a una cota. Mal asunto, ya se sabe que quien domina las alturas, atrae el fuego sin remisión. Barney también está ya pie a tierra localizando objetivos; y desde el centro del despliegue, hasta el auxiliar del subgrupo táctico está llenando de fuego el aire y la tierra, sembrando mechas con su MG4. Sus soldados Pumba y Chino están a su lado. El aire está lleno de balas, y de sus sonidos, que siempre llegan más tarde que el metal a su destino. Kent se ha mantenido en su posición. Además, está ayudando al Controlador Aéreo Avanzado a señalizar los blancos.
La sección está desplegada prácticamente en línea —Animal, Ompare, Gincho, Kent—. En cierto momento, 5V autoriza a Kent a desembarcar. Una vez fuera del vehículo, el elemento que ha desembarcado ocupa una posición desde donde se domina una garganta por la cual iban pasando insurgentes, algunos a caballo, en el eterno galope que pisa aquellos valles desde el principio de los tiempos, y otros a la carrera. Las zonas de desembarco son batidas sin tregua, y los soldados desembarcados del “Albuera” responden al fuego con más fuego, mientras que los vehículos a retaguardia brindan cobertura con sus armas colectivas.
No hay descanso en la tierra batida por el fuego, que se convierte en polvo que sube por el aire para emboscar a todos los combatientes, en forma de millares de partículas de arena que han vivido una continua existencia de batallas. El sargento Kouiche y su pelotón no paran de disparar, ganando cada centímetro de dura arena con mucho esfuerzo y exponiéndose al fuego enemigo, justificando sus acciones con la misión que tan bien conocen, liberar de los señores de la guerra el paso de Sabzak.
No hay descanso en la tierra batida por el fuego, que se convierte en polvo que sube por el aire para emboscar a todos los combatientes, en forma de millares de partículas de arena que han vivido una continua existencia de batallas.
El sargento Kouiche y su pelotón no paran de disparar, ganando cada centímetro de dura arena con mucho esfuerzo y exponiéndose al fuego enemigo, justificando sus acciones con la misión que tan bien conocen, liberar de los señores de la guerra el paso de Sabzak.
Kouiche ve cómo Gilito está a pie del vehículo con cara de poca broma, listo para saltar a su lado para apoyarlo, si así se le ordenara. Ve el valor que derrochan los soldados Yosi y Eros, los tiradores de los dos Linces que componen el pelotón. Mira con asombro cómo los escudos balísticos de los vehículos están sembrados de impactos, y trata de entender la fuerza o el sentimiento que hace que esos dos chavales de veinte años sigan ahí, sin soltar sus máquinas, devolviendo fuego con fuego. Mira a su izquierda y ve cómo los conductores, los cabos Fito y Jesús, pese a ver los impactos entrar en el frontal del vehículo y cómo los cristales presentan ya un sin número de disparos, siguen maniobrando para llegar hacia sus hermanos, que están pegados al terreno unos metros por delante. Y mira a su derecha rápido, porque las balas cruzan el aire y detrás lentos llegan sus sonidos, y ve cómo los soldados Socom y Juanito, están llamándolo y cubriéndolo con su fuego. Justo a su lado está el tirador de precisión, Javi, pegado al terreno a más no poder, seleccionando objetivos y reconociendo con su cuerpo pegado al suelo, ese misterio que une en la naturaleza la arena, el aire, el agua y el fuego.
El sargento Kouiche recuerda que hace un rato tenía mucha sed, pero no tuvo tiempo para dejar el arma y coger la cantimplora. Sigue teniendo sed. Y piensa, mientras sigue escuchando y viviendo el sonido de la batalla, que todo el mundo, en el momento en el que se le necesita, está ahí; y se convence de que sus soldados son los mejores del mundo. Que no querría tener a nadie a su lado que no fuesen esos hombres y mujeres. De nuevo se les ordena volver a los vehículos y avanzar. Tanto tiempo ha volado sobre sus cuerpos hoy, que ya no son lo que fueron, que esa historia que han vivido ha cambiado sus corazones y sus almas, su cabeza y sus manos.
El fuego enemigo va perdiendo fuerza, las posiciones conquistadas se aseguran para que el paso de Sabzak pueda respirar de nuevo y que sus habitantes puedan transitar con sus mercancías sin que los señores de la guerra impongan su injusta ley. Continúa pasando el tiempo en el reloj; y ya han llegado los helicópteros para apoyar por el fuego.
Termina la acción, y el terreno es suyo. El Batallón “Albuera” ha definido la batalla con ese sudor que sufrieron esos días, pero también con todo aquel sudor de antaño vertido en ejercicios y maniobras durante tantos meses antes de llegar a Sabzak. Kouiche mira a sus hombres y mujeres, y sabe que siempre serán parte de esa historia y de ese lugar, esperando que alguien escriba sobre ello. Y, sin más épica, el sargento vuelve a la tarea necesaria después de haber consolidado el éxito del ataque: cuentan la munición; llama a Arandela, para que venga a ver qué puede hacer con el colador que tiene ahora por vehículo. Va a ver a Kent y le da un abrazo sincero, como solo surge entre dos camaradas. Pregunta por todos sus compañeros: “¿oye y los de Kiriki que tal? ¿Cómo le ha ido a Ompare?¿Y Serantes?”
Le ordenan que permanezca en la posición hasta nueva orden y vuelva con su gente a “comerse“ otra historia que lo está esperando. Por eso se pone a limpiar el armamento rodeado de aquellos que siempre llevará en su corazón, junto con el paso de Sabzak. Y sonríe cuando uno de ellos le pide agua y recuerda que tiene sed: “Dame un poco de agua, estoy seco; ¡que no sabes disparar!“
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