Sí a todo
Ya no cabe hacer esta pregunta: ¿dónde estará escrita la historia de aquellos soldados que compartieron nuestros días y que están trazando con sus hechos la epopeya más moderna del Ejército español? Tal vez lleguen pronto poetas y novelistas para glosarlas; pero, mientras tanto, sus aventuras estarán recogidas en el periódico Tierra. Y en Bamako (Mali) comenzamos nuestra serie.
El comandante Franco, protagonista de nuestro relato.
En aquel preciso momento (15.30) estaba escuchando una canción cuyo título no recordó luego, mientras descansaba bajo el enramado del lugar donde poco antes había comido una pizza. Toqueteaba su teléfono móvil, demostrando que también era hijo de estos tiempos modernos, y disfrutaba de un día de descanso, compartiendo con sus compañeros de misión en Mali cosas tan sencillas como una amena charla, un baño en la piscina o el sabor de una fruta.
En el complejo turístico Le Campement, situado a las afueras de la capital, Bamako, nada era diferente. Por motivos de seguridad, el hotel cuenta con personal armado dedicado a la protección de los clientes, y está situado en una zona árida y pedregosa cubierta por pequeños arbustos y tenue vegetación. Sus locales se dividen en dos áreas: un área llana en la parte norte con alojamientos de tipo rural y una pequeña piscina; y otra, que se extiende a lo largo de una ladera, en la parte sur, con un control de acceso a tres pequeñas piscinas escalonadas en diferentes alturas, una tirolina y dos zonasde restauración, con techos de ramas entramadas. A Le Campement, donde ese día había unas 50 personas entre visitantes y empleados, se dirigieron doce componentes de la Misión de Adiestramiento de la Unión Europea, para pasar unas horas de descanso; entre ellos, un comandante del Ejército español.
Día de descanso. Viñeta: Esteban
Solo vestía un bañador rojo. Viñeta: Esteban
Terroristas armados atacaron el resort. Viñeta: Esteban
Vestía un bañador rojo, y había dejado su camiseta blanca con dibujos en negro y sus chanclas junto a una silla; eran las 15.40 del 18 de junio de 2017. De repente, a través de los auriculares escuchó un sonido que identificó como disparos. Rápidamente, arrojó los auriculares al suelo, se puso de pie e intentó detectar el origen del fuego para orientar a toda la gente, que en un primer momento no sabía qué hacer, hacia la vía de escape que consideró más segura. Con esa primera reacción, el comandante Miguel Ángel Franco salvó muchas vidas al empezar a gritar: «go!, go!, go!; attack!, attack!, attack! (¡vamos!, ¡vamos!, ¡vamos!; ¡ataque!, ¡ataque!, ¡ataque!)»; señalando con gestos a todos, con cuantos pudo contactar visualmente, que se dirigieran hacia la colina adyacente y comenzando a correr en esa dirección.
En ese momento, se oyó el estrépito del ataque, y se reveló la disciplina y la experiencia acumulada en las maniobras, las muchas misiones a sus espaldas…Cada cual buscó en ese momento inicial el refugio que pudo mientras silbaban las balas por todos lados; algunos decidieron escabullirse hacia la zona oeste y la mayoría, con Miguel Ángel, lo hicieron hacia la zona central. Una mujer de apariencia nórdica, y que llevaba un bebé en un brazo y una niña de corta edad en el otro, se protegió en la misma posición que él. La niña gritaba de forma desgarradora y Miguel Ángel, con gestos, le dijo a su madre que tratara de calmarla y evitara sus gritos, para no ser descubiertos, y que se ocultara lo más posible entre la maleza. En cuanto pudo, mientras oían disparos, realizó su primera llamada al centro de operaciones, susurrando lo más bajo posible para no delatar su posición: «I am O34, Major Franco, we are under an attack in Le Campement, we need support, call the Gendarmerie (Soy O34, Comandante Franco, estamos siendo atacados en Le Campement, necesitamos apoyo, llamada la Gendarmería)
La rápida huida hizo que los terroristas no tuvieran tiempo de rodear la posición y que sólo consiguieran matar a las personas que tuvieron a tiro en esas primeras ráfagas. Dos de las víctimas se encontraban en la zona del bar de la piscina intermedia, otra víctima sufrió un infarto durante el ataque y la huida; y una cuarta, fue nuestro compañero del Ejército portugués. El sargento primero se encontraba tomando el sol al borde de la piscina y, probablemente, fue alcanzado por alguno de los disparos que llovían por todos lados en los instantes iniciales.
Un bebé lloraba entre la maleza. Viñeta: Esteban
«¡Un arma!» A Miguel Ángel, descalzo, con los pies llenos de heridas por los cortes que le provocaban los guijarros, y vistiendo sólo su bañador de color rojo, le hacía falta un arma; un arma forjada para defender a todas las personas que lo seguían, obedeciendo sus indicaciones como si fuera su última esperanza. Un arma que le trajera la buena fortuna de poder defenderse de los AK-47 que portaban los terroristas que les estaban atacando.
Estaban a unos cincuenta metros del punto inicial, en una zona de más altura, pedregosa y afilada, con pocos arbustos para que todos consiguieran esconderse. Al mirar a su alrededor, Miguel Ángel se percató de que un compañero de misión de otra nacionalidad portaba una mochila. Le preguntó si llevaba un arma, a lo que le contestó que sí, y rápidamente le pidió que se la diera. Una pistola de 9 mm y catorce cartuchos en el cargador tal vez no fuera suficiente para enfrentarse a los Kalashnikov; pero, al menos, les ayudaría a ganar tiempo mientras esperaban que llegara el rescate.
Un arma corta facilitó la evacuación. Viñeta: Esteban
De pronto, observó cómo se aproximaba un terrorista… Era un varón que vestía un turbante negro, cubriendo su cabeza y cuello. La piel de sus brazos no era ni clara ni totalmente oscura. Portaba un fusil AK-47 y progresaba colina arriba por el camino, rastreando con la mirada todos los matorrales, a izquierda y derecha, en busca de huidos. El terrorista se acercaba a su posición apuntando a todos lados, pero sin haberlos visto todavía. 70 metros, 60 metros… en ese momento el comandante Miguel Ángel Franco les indicó a todos los que allí se escondían que cuando comenzara a disparar abandonaran la posición y tomaran la dirección del camino hacia el suroeste, colina arriba.
Miguel Ángel se aprestó al duelo, sabiendo que era inevitable, y adoptó la posición más estable posible, apuntando con la pistola al terrorista. 50 metros. Estaba demasiado lejos como para hacer fuego eficaz sobre él y sabía que si se adelantaba al momento oportuno tenía muchas posibilidades de errar, delatar su posición, quedar en inferioridad respecto al arma de su enemigo y perder el factor sorpresa, que cuando se trata del combate es uno de los principios que hay que aprovechar. Así que decidió esperar a que se acercara lo más posible. Una espera que se hizo eterna. El arma no era suya y se le pasó por la cabeza que igual, esa pistola y esa munición podían no funcionar cuando lo necesitara... 20 metros, 15 metros; el terrorista en ese momento se detuvo, percatándose de la presencia de las personas allí refugiadas y, apuntando su arma, abrió fuego.
De manera simultánea, Miguel Ángel realizó una serie de disparos mientras se incorporaba, consiguiendo que el terrorista interrumpiera el tiroteo. Eso le permitió realizar un pequeño avance de entre uno o dos metros y hacer una última serie de disparos, que detuvieron al terrorista y lo hicieron desistir de seguirlo. En ese instante empezó a recibir disparos desde otro origen de fuego, lo que le obligó a cesar en su acción y comenzar su avance de repliegue colina arriba. Podía sentir los disparos impactar a su alrededor y todavía no entiende cómo ninguno de ellos alcanzó su cuerpo. Saltando de un lugar a otro, buscando la mayor cubierta posible, logró salir de allí.
El comandante tuvo que ser evacuado. Viñeta: Esteban
Y mientras seguía subiendo, con los pies sangrando (porque seguía descalzo) y con un dolor muy intenso, animaba a todo el mundo a que siguiera hacia arriba: «Go!, go!, go!, up to the hill!, dont stop! (¡Vamos!, ¡vamos!, ¡vamos!, ¡hacia arriba! ¡no paréis!»). Desde lejos observó cómo los terroristas habían prendido fuego al recinto y, por todos los medios a su alcance, trató de dar su localización para evitar que las fuerzas que acudían al rescate pudieran batir la zona en la que se encontraban. Sobre las 16.50 comenzaron a oír disparos de armas de 12,70 mm provenientes de la zona baja de la colina; y eso significaba que las fuerzas de rescate se estaban enfrentando a los terroristas.
Decidió aguantar la posición porque creyó que cualquier movimiento podría delatarlos y desde allí veían a las fuerzas malienses acercándose a Le Campement. Sobre las 18.00 un equipo de extracción español contactó con él, y escuchar esas palabras en lengua castellana, dulces a sus oídos, le alegró sobremanera. Entre las 18.15 y las 18.37 realizó y recibió múltiples llamadas, hasta que identificaron un collado donde se podía efectuar el rescate. Tocaba ahora subir hasta la divisoria. Entonces vio cómo la sed lo abrasaba y cuando decidió levantarse notó cómo sangraba por las rodillas y los pies. Avanzó un par de metros y cayó al suelo. Entendió que lo mejor era que el grupo subiera y él les cubriera con los cuatro cartuchos que le quedaban.
Dos mujeres holandesas, entre lágrimas, se negaban a abandonarlo, así que se puso de pie en varias ocasiones, diciéndoles que estaba bien y que no se preocuparan. Cuando ya apenas podía moverse, por la intensidad del dolor, recorrió los últimos 30 metros arrastrándose, boca arriba, con un solo brazo. En ese momento escuchó, por radio, una conversación que estaba teniendo lugar a no más de 15 metros y gritó: «¡Estamos aquí!, ¡estamos aquí!».
Una vez que llegó la ayuda, se reunió a todo el grupo y Miguel Ángel, ante la imposibilidad de andar, fue sacado a hombros por uno de los miembros del equipo de rescate; de nuevo Eneas se alejaba de las llamas y del combate después de haber peleado como un valiente, en una imagen que se repite cada cierto tiempo en los lugares más insospechados del planeta; mientras las palabras de Virgilio, como una letanía, volaban sobre el cielo de Mali al divisarse, en la tenue luz del atardecer, el perfil del comandante Miguel Ángel Franco, sobre los hombros de otro soldado español que acudió en su ayuda: Súbete sobre mi cuello, yo te llevaré en mis hombros, y esta carga no me será pesada; suceda lo que suceda, común será el peligro, común la salvación para ambos; y sobre su cuello llevó Miguel Ángel, la tarde del 18 de junio de 2017, las vidas de muchos civiles que estaban en el hotel Le Campement, a las afueras de Bamako, pasando un caluroso día de descanso. Él, a las 15:40 de esa tarde, se encontraba sentado al borde de la piscina, escuchando con sus auriculares una canción cuyo nombre no recordó luego.
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