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Las dificultades creadas por las guerras en la lejana Italia a principios del siglo XVI enseñaron a los reyes de la Casa de los Austria que los soldados debían ser profesionales y no un ejército temporal construido apresuradamente. Así nacieron los Tercios y, en definitiva, el Ejército español, considerado el primer ejército permanente europeo tras la caída del Imperio Romano.

Al alistarse voluntariamente, estos soldados –castellanos, navarros, aragoneses, sardos o portugueses- buscaban ascender socialmente, honor y fortuna, algo que conseguían a base de valor y de experiencia. Su contrato era privado, un compromiso individual que los vinculaba directamente a la figura de su rey.

Siempre movilizados, muy disciplinados, bien reputados y expertos en un arte cada vez más exigente, los Tercios fueron vitales para la Monarquía Hispánica. Este modelo de ejército no sólo permitió mantener la integridad de un gran Imperio, formado por territorios inconexos adquiridos por conquista o herencia, sino que contribuyó también a la consolidación del estado moderno europeo.

Con motivo de la preparación de la invasión de Inglaterra, Felipe II formó el mayor número de compañías catalanas para combatir en Flandes, al mando de Luis de Requesens. De éstas, diez compañías llegaron a Flandes el 7 de diciembre de 1587, tras dos meses de marcha por el Camino Español, al mando de Luis de Queralt.

El Tercio de Queralt fue llamado por los habitantes de los Países Bajos el Tercio de los Valones de España por su particular forma de hablar, mientras que para el resto de los españoles eran el Tercio Papagayo, por su marcado acento al hablar castellano.

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