Silban las balas
Son las 5.38 de la madrugada del 14 de junio de 2008. Desde la divisoria se observa la localidad de Khaikhane. Es una noche muy calurosa, de esas que se agarran al terreno de Afganistán durante el mes de junio y no lo sueltan hasta que el otoño empieza a pedir paso. Es una noche oscura. El peso del equipo (chaleco con placas antibalas, porta cargadores con todos los cargadores al completo, casco) y el armamento, se multiplica con el calor y la noche.
Es la última divisoria. Al Este se ve el núcleo de población de Khaikhane, por donde la Policía afgana iniciará el acercamiento hasta el centro de la ciudad; y al Oeste se divisa, entre sombras, la boca del valle, con las localidades de Piwar y Darra-i-Bum al fondo, dominadas por la insurgencia. En ese punto se determina que despliegue el Destacamento Aéreo de Control Táctico (TACP) y la sección del elemento de apoyo que les acompaña, con la finalidad de vigilar y controlar toda la zona asignada, así como asegurar el itinerario de regreso desde una posición dominante.
La misión se fundamenta, en apoyo a las Fuerzas de Seguridad Nacionales de Afganistán (ANSF), en reconocer posibles asentamientos donde establecer una Base de Patrullas en la zona de Khaikhane para la Policía afgana, y contribuir así a alcanzar una situación segura y estable que permita los esfuerzos de reconstrucción, ante los continuos ataques y atentados por parte de insurgentes, que convierten en una pesadilla la vida diaria de los habitantes de la provincia del Bagdhis.
No es una misión cualquiera, hay que entrar en la localidad por aquellos pasos donde se hace casi imposible cualquier tránsito.
La misión no es una misión cualquiera, hay que entrar en la localidad de Khaikhane; pero no a través de sus dos pasos naturales, desde la zona norte y sur del valle, ya que la insurgencia los tiene controlados y vigilados; sino por esos lugares donde se hace casi imposible cualquier tránsito, y las abruptas bajadas y los angostos caminos trazados por fugaces torrenteras se convierten en pequeñas arterias de la geografía que difícilmente se pueden aprovechar. Pero el comandante José Ignacio Valverde sabe que es fundamental realizar la operación por sorpresa, cambiando la forma y, sobre todo, el momento, ya que es preciso llegar a la zona antes del amanecer, para impedir al adversario el ataque desde posiciones ventajosas en un terreno, a todas luces, favorable para él, dada su movilidad y conocimiento.
El comandante Valverde, quien está al mando de la Unidad de Enlace y Observación (UEO), ha recibido la orden, horas antes, de dirigirse a Khaikhane con el refuerzo del mencionado TACP, tres vehículos de la Compañía de Protección y Seguridad, un zapador para reconocimiento de IED (artefactos explosivos improvisados), un intérprete y un mecánico. La Unidad de Enlace y Observación, con doce componentes del Mando de Operaciones Especiales, se coloca a vanguardia, seguida por tres vehículos de Protección y Seguridad.
Nadie ignora que la noche les rodea, pero el cielo sin estrellas, exclusivamente para ellos, puede ser un buen aliado.
Para apoyar a la Policía afgana, procedente de Qades, que inicia el acercamiento a la ciudad de Khaikhane por el Este, la columna comienza a bajar por un camino, riguroso en su dibujo y tenaz en la resistencia al movimiento. Nadie ignora que la noche les rodea, y que incluso hay que hacer una parada de 40 minutos a la salida de Qades al no haber la mínima intensidad de luz para el vuelo de helicópteros, ante una posible y necesaria evacuación médica. Nadie ignora que la noche cerrada, en un cielo que se ha quedado sin estrellas exclusivamente para ellos, es buena aliada.
Conforme descrestan comienzan los primeros ataques. Silban las balas. Silban las balas y un tímido viento no consigue refrescar los más de 15 kilos que pesa el equipo. La retaguardia de la columna comienza a recibir disparos de lanzagranadas RPG. Severos son los semblantes de los soldados, porque el camino se hace difícil en su movimiento y en su maniobra, debido a las grandes pendientes a las que se abocan los vehículos.
A su vez, la vanguardia recibe fuego desde posiciones enemigas emplazadas en el núcleo urbano, una ciudad en manos insurgentes que están intentando sacar de la asfixia las ANSF con el apoyo del Ejército español. Hasta ese momento, la seguridad estaba en manos de los líderes tribales y las vías de comunicación eran controladas por los señores de la guerra. Esta situación es la que se quiere revertir con la expansión por toda la provincia de la acción del Estado afgano, mediante el establecimiento de comisarías de Policía que vertebren la seguridad del país.
La retaguardia recibía fuego de lanzagranadas, la vanguardia comienza también a recibirlo, así como de ametralladora, desde las posiciones insurgentes en el núcleo urbano y el comandante Valverde es informado de que también las unidades de la divisoria se encuentran combatiendo contra la insurgencia, lo que conlleva que todos los vehículos de la columna están bajo fuego enemigo y, lo que es peor, sin posibilidad de maniobrar unos a favor de otros. Nadie pierde la calma, que la calma la da la instrucción continua y la preparación; y de eso el Mando de Operaciones Especiales sabe mucho.
Se ordena no hacer fuego, a menos que se tenga localizado claramente el origen de los ataques, con el objeto de no causar daños a la población civil. Hecho que la insurgencia aprovechaba, muy a menudo, utilizando a la población civil como parapeto, sin ningún respeto a sus vidas.
Las dos ametralladoras ligeras que tiene la UEO buscan su posición en la parte de la divisoria de la zona oeste, según les permite el terreno, bajo el mando del capitán Marín.
Silban las balas y su sonido no termina nunca, como si el mismo proyectil rodeara el orbe y volviera al combate, renovado en fuerza y empeño. Todos se encuentran ya recibiendo fuego y respondiendo a este, con una réplica decidida, serena y acorde al ataque.
Finalmente se asientan las dos armas; la primera, más a vanguardia —y más expuesta al fuego pero fundamental— de la que es tirador el sargento Fernández; la segunda, más orientada al Oeste, teniendo como tirador al cabo 1º Calcerrada. El combate envuelve terreno, militares y medios sin distinguir motivos ni circunstancias.
Las ametralladoras y los combatientes no descansan, silban las balas y un tímido viento no consigue refrescar los más de quince kilos que pesa el equipo. En ese instante solo son gente que ha nacido para bregar con los cuatro elementos: la tierra, el aire, el agua y el fuego. Silban las balas.
Una vez que se acaba con la amenaza inmediata de la vaguada oeste, tras duros combates, el comandante Valverde ordena a los dos primeros vehículos de la Unidad de Enlace y Observación que alcancen la posición donde se encuentra emplazada la segunda ametralladora ligera, dotando, con la presencia de las ametralladoras pesadas de los vehículos VAMTAC, de un mayor alcance sobre las posiciones del norte y un puesto de observación donde poder coordinar y corregir el tiro de todas las armas del Escalón de Reconocimiento.
No hay pasado, no hay futuro, hay un enorme presente que vive con cada movimiento, con cada salto, con cada paso, con cada orden.
El comandante decide dejar a los tres vehículos de la Compañía de Protección y Seguridad asegurando el repliegue de la Policía afgana hacia las posiciones de apoyo. Todos llevan ya grabados en sus caras, en sus manos, en su nuca, la tierra que los ha envuelto, el polvo seco adherido a la piel; mientras silbaban las balas y un tímido viento no consigue refrescar los más de quince kilos de peso del equipo.
Durante toda la acción se baten con eficacia los orígenes de fuego de los reductos enemigos, y el apoyo por el fuego al movimiento se muestra, al máximo, eficaz, en ese lenguaje de acero y hierro que nunca pierde su voz en la batalla.
Los observadores, mientras se oye el rugido de dos aviones de la Coalición, comprueban cómo los heridos enemigos son retirados a la zona del bazar, donde se encuentra el núcleo de la insurgencia y donde tienen que llegar las ANSF.
Tras varias horas de fuego y movimiento, al darse cuenta de que no pueden fijar a los soldados españoles y batirlos en la zona de muerte, la insurgencia talibán se retira de sus posiciones.
La Policía alcanza la zona oeste, donde se encuentra el bazar, el cual se identificó como foco de la insurgencia —que sigue ofreciendo resistencia, aunque ya muy mermada con el paso de las horas—, con el propósito de apoyar la retirada que está efectuando y que la población tenga la sensación de que son las fuerzas afganas las que les están librando de la insurgencia.
Mientras se produce el vuelo de dos F-15 —que atacan las últimas posiciones enemigas fuera de la localidad—, se realiza el repliegue de las unidades que forman parte de la organización operativa sobre el itinerario de regreso previsto.
Cuando comienza el retorno, el comandante Valverde, mientras recibe novedades, sabiendo que no hay ningún herido entre las tropas españolas, nota que tiene mucha sed y bebe de un tirón el agua que le queda en la Camelbak, y recuerda de memoria que están allí con la finalidad de proporcionar un entorno de seguridad, que permita una estabilidad sostenible que pueda percibir la población afgana; y que hoy, todos sus soldados han ayudado a esa estabilidad jugándose la vida, y con un comportamiento ejemplar.
Son las tres de la tarde del día 14 de junio del año 2008, y finaliza la misión para el Elemento de Reconocimiento, una vez que entran en la base de Qala-I-Naw, sede del Equipo de Reconstrucción Provincial. Con esta acción, y otras anteriores, a los doce componentes del Mando de Operaciones Especiales se les acreditó el valor reconocido (al capitán Marín y al sargento Fernández se les concedió la Citación como distinguidos en la Orden General).
Todavía, mientras atraviesan la puerta de la base, les queda el recuerdo de oír silbar las balas, y sienten un tímido viento que no consigue refrescar los más de quince kilogramos que pesa el equipo.
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