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miércoles 8 de junio de 2016
Texto no traducido 093
La revista The White Side publica el reportaje ''América 66''
Las montañas se conquistan
La montaña es el primer: enemigo al que vencer y amigo que conquistar.
Los Cazadores de Montaña son un cuerpo de élite. Reciben una formación específica que los diferencia del resto de cuerpos de la Infantería española. Su especialidad es el combate en montaña, en verano y en invierno. En Afganistán, un país montañoso en el que la orografía se convierte en el elemento táctico por excelencia, los cazadores de montaña desempeñaron una labor crucial. El paso de los convoyes hubiera sido imposible sin la seguridad que les proporcionaba que los cazadores vigilaran desde las cotas más altas.
Sin embargo, no se trata de una unidad operativa conocida por el gran público. El teniente Jayme, oficial al mando de estos veinticinco hombres, lo achaca a que la montaña convierte en personas introvertidas a quienes trabajan en ella. “La montaña te forja muchas veces el carácter. Estas unidades son unas unidades austeras, sacrificadas, disciplinadas y te hacen sentir la milicia de una forma diferente”, explica.
Los veinticinco hombres del teniente Jayme llevan tres semanas en Cerler para recibir la preparación física, moral y técnica que los capacitará, si aprueban la evaluación final, para ser esquiadores. Hoy es el día de la evaluación, el día en el que a este grupo de hombres se les presenta la posibilidad de progresar dentro de las tres etapas de especialización de esta unidad operativa: cazadores de montaña, escaladores esquiadores y guías. En el América 66 tan sólo hay cuatro guías, pero al acabar este día quizá haya dos guías invernales más.
Una breve caminata lleva a los cazadores al pie de la estación de Cerler. A los esquís acoplan las pieles de foca que les permiten hacer esquí de travesía. Hacia arriba, se entiende. La montaña se convierte entonces no sólo en el mejor campo de entrenamiento del mundo, sino también en el primer enemigo al que vencer. En fila, esperan a que el teniente de la orden. La meta de esta primera prueba se encuentra en Gallinero, a 2.728 metros de altura. En este momento el silencio del valle sólo lo rompen los telesillas, pero los soldados no se dan por aludidos. Sí reaccionan, en cambio, a la voz del teniente: 3, 2, 1… ¡adelante!
Comienza entonces una lucha contra el reloj en el que la montaña emerge también como un gigantesco testigo. No sólo entra en juego la preparación física. La formación del cazador de montaña es integral y, dentro de ella, la parte más importante es la moral.
Arriba les van a esperar el teniente y sus ayudantes: dos sargentos y un cabo. Se estima que lleguen en torno a las dos horas, aproximadamente. Entre veinte minutos arriba o abajo. En la cima, a 2.728 metros de altura, hace sol. En ocasiones abrasa. Pronto llegan algunos esquiadores que se han acercado a la estación a practicar su deporte. Un empleado supervisa el telesilla. Lleva un gorro de rayas azules y blancas con un pompón rojo. Pero por un recodo están a punto de presentarse los primeros militares. Algunos aficionados suben montañas, pero los profesionales las conquistan. El primero de ellos lleva un tiempo impecable: 1h y 38 minutos. Llega exhausto. Es Ossorio.
Los hombres del teniente Jayme van llegando a la cima, a Gallinero, de uno en uno. Están destrozados. En el camino el calor les ha obligado a quitarse la ropa de abrigo. Llegan en camiseta, sudando. Agonía es la palabra, pero tiene preparadas dos pruebas más para ellos. La primera consiste en hacer un ejercicio de búsqueda de un dispositivo LEVA. Se trata de un localizador que lleva cada soldado. Los ayudantes del teniente han escondido varios y la prueba consiste en encontrarlos. Su destreza en esta disciplina puede servirles para salvar la vida a un compañero enterrado por un alud. Para cualquier cazador de montaña hay tres herramientas imprescindibles en la nieve: el localizador, la sonda para encontrar cuerpos u objetos y la pala para desenterrarlos.
“¡Otro!”, grita el sargento. Pasan de uno en uno. La segunda prueba consiste en la elaboración de un anclaje con ayuda de un piolet. Les sirve para descender. El soldado Arenas opina que la complejidad de esta prueba de “piolet recuperable” radica en que hay que clavar el piolet con mucha precisión: ni muy profundo ni demasiado en la superficie. Demasiado profundo implica que se pierda la herramienta cuando el soldado tira de la cuerda para recuperarla. En cambio, si el piolet no está bien clavado… Si el piolet no está bien clavado también suspende el alumno que se examina.
“Detrás del cartel”, grita el sargento a algunos soldados que se han adelantado a observar cómo un compañero trata de encontrar el localizador. Los oficiales del grupo supervisan las pruebas. Quienes acaban se reúnen con el resto de sus compañeros. Sólo les restan las pruebas de descenso. Metros más abajo dos cazadores se han sentado y charlan amigablemente. Uno de ellos señala con el brazo algo que se encuentra en uno de los picos circundantes. El soldado Arenas se acerca y ofrece unas galletas Príncipe.
Arenas, como Ossorio y otros diez de los soldados que se examinan, pertenece a la SERECO, la Sección de Reconocimiento del América 66. En combate los hombres de esta sección son los ojos del teniente coronel del batallón de cazadores de montaña, los encargados de adelantarse y estudiar el terreno y los movimientos del enemigo.
A la pregunta de si en algún momento ha habido mujeres en la SERECO, los soldados dudan. “Una vez creo que hubo una”, contesta Ossorio. El soldado Ossorio nació en Cúcuta, Colombia, pero ha vivido la mayor parte de su vida en Tenerife. Con dieciocho años se alistó. Aprendió a esquiar en el América 66. Lleva cuatro años en la unidad y en otra ocasión ya se presentó a las pruebas de guía. Hoy ha sido el primero. “La montaña puede convertirse en tu aliado”,