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martes 7 de noviembre de 2017
Texto no traducido 36/2017
El GMAM realiza actividades en los Alpes
Durante los días 27 de octubre a 5 de noviembre ha tenido lugar la principal actividad del Grupo Militar de Alta Montañaen el2017.
En este caso, y con un ojo puesto tal vez en la Patagonia Argentina, se ha elegido Chamonix como terreno de juego. Allí se encuentra la Escuela Militar Francesa de Alta Montaña, homóloga de la propia Jacetana, la cual ha dispensado un trato exquisito a los inquilinos españoles.
Chamonix a menudo recibe el apelativo de meca del alpinismo. A los pies del Mont Blanc, cúspide de la cordillera con 4810 m de elevación sobre el nivel del mar, y siempre presente sea cual sea el punto desde el que se alce la vista, sumerge al visitante en ese mundo desde el primer momento. El glaciar de Bossons, que nace de sus sempiternas nieves, desciende hasta casi lindar con la carretera a poco más de 1200 m de altitud (en tiempos más fríos allá por el siglo XX llegó a cruzarla). Los teleféricos parten del centro mismo de la villa y teletransportan directamente al salvaje entorno de nieve, roca y escasez de oxígeno. En las calles las estatuas, las esquelas o los carteles hacen siempre referencia a los grandes hombres de montaña de la historia (Bonatti, Rebuffatt, Terray, Cassin y muchos más). Aquí es también donde se entrega anualmente el premio Piolet de Oro a la mejor actividad (los Oscar del alpinismo) pues siempre quedan nuevas líneas atractivas en las montañas de todo el globo. Las personas se pasean arnés al cinto y piolet en mano como quien porta su cartera para ir a la oficina en el resto de la civilización. Alzar la vista es atisbar, de un plumazo, Dru, Aiguille Verte, Pelerins, Charmoz, Midi y Mont Blanc. Afilados gigantes graníticos, historia y presente del montañismo de dificultad. Chamonix es alpinismo y alpinismo es Chamonix.
Es evidente que las posibilidades para la práctica de esta disciplina son inagotables desde este punto. Además, en los últimos años las condiciones de la montaña en esta época del año han sido propicias para la ascensión de corredores de nieve y hielo o terreno mixto junto con roca. No obstante, tras una irrenunciable visita a la “Maison de la Montagne” y otra consulta en la propia Escuela, la sorpresa fue que las vías de escalada se encontraban muy escasas de nieve o hielo, y por tanto muy difícilmente practicables. El verano, tan seco también en los Alpes, había hecho mella en la pared. Tras varias deliberaciones y confrontación de propuestas se tomó una determinación. Intentar la Arista Integral de Peuterey.
La Arista de Peuterey es el recorrido más largo que lleva hasta la cima del Mont Blanc. Es casi imposible cubrir sus 10km de longitud y 4500m de desnivel positivo en menos de 24h en periodo estival y es según Gaston Rébuffat la forma más hermosa de acceder a esta cumbre. En periodo otoñal las condiciones son casi invernales tanto en horas de luz como temperaturas y estado de la pared, lo que conlleva un extra de equipo que hace más complicada cualquier tarea. Ya sea escalar, dormir o incluso asegurar al compañero de cordada.
La Arista se desarrolla enteramente sobre terreno italiano y sólo la cima y la bajada se encuentran en territorio francés. El acceso al pie de vía comienza en Courmayer, alter ego italiano de Chamonix a 1000 msnm. Desde ahí se realiza una hermosa aproximación hasta llegar al pie de una gran cascada. Esta se salva con una larga y aérea vía ferrata que finalmente nos deposita en el refugio no guardado de Borelli (2300m). Desde aquí hasta el pie de vía (2600m) queda cruzar una amplia morrena. Ascender la Aguja Negra de Peuterey (3772m) se trata ya de una actividad en sí misma. En ella predomina la escalada en roca (más difícil de lo que la graduación sobre el papel pueda determinar) sobre terreno perdedor de innumerables agujas secundarias. Próximo a la cima se suele realizar el primer vivac. Bajar hasta su vertiente norte supone una gran intuición para enlazar hasta 18 rápeles. Esto hace desembocar en las Damas Inglesas, unas agujas más bajas tras las que se encuentra el segundo vivac: Craveri (3490m). Este es un gran cilindro metálico con hueco para unas cinco personas. Ante él se alza la Aguja Blanca de Peuterey (4112m), ascensión de terreno mixto que tras otros rápeles nos hace desembocar en el collado de Peuterey. A partir de entonces las dificultades decrecen, restando la ascensión al Mont Blanc de Courmayeur (4748m) por el corredor de Eccles y la cima entre aquél y su hermano mayor, ya a 4810m. Es entonces donde la dificultad reside en fuerzas mermadas y altitud creciente, ya siempre sobre los 4000m. El descenso se realiza por la vertiente francesa normalmente hacia Gouter y el Nido de Aguilas. Una “grande course” con mayúsculas.
La ruta estaba en la mente de los cinco integrantes del grupo y para todos suponía un gran estímulo. La previsión meteorológica se había tornado cada vez más benévola hasta el punto de estancarse en un estupendo anticiclón de casi cinco días. “Amenaza buen tiempo”, se le escapaba a alguno. Ante estas premisas el grupo se encaminó hacia la arista. Los alerces son las únicas coníferas que notan el otoño y era un espectáculo digno de ver cómo sus hojas amarilleaban entre las perennes verdes del resto de los abetos bajo un tímido sol de noviembre.
La vía ferrata los dejó en Borelli, desde donde la aguja negra deja ver todas y cada una de sus puntas secundarias (Gamba, Bífida, Otoz, Wenzelbach, Bich y alguna más) donde pasarían la noche y tomarían el último desayuno “contundente”. A partir de ahí, sobre un mar de nubes espectacular, iniciaron la interminable escalada de la Aguja negra. Los largos se sucedían uno tras otro y sin embargo el gigante granítico todavía tenía muchos metros que ofrecer. Con la ganancia de altura la nieve hizo acto de presencia en zonas de umbría. Inestable, similar al azúcar, ralentizaba la marcha y convertía pasos sencillos de escalada en comprometidos. Una cordada alemana que había tenido la misma idea decidió abandonar ante estas circunstancias. El grupo decidió continuar un par de largos más. La noche se cernía a eso de las 5 de la tarde y se optó por buscar un lugar donde vivaquear en el collado de la Punta Bífida, a unos 3200m. Rápel para encontrar una repisa para tres personas y otras dos suites de lujo en el collado mismo. Todas junto a la nieve para poder fundir en cantidades suficientes. Cena de comida liofilizada y noche estrellada con el Mont Blanc de Courmayeur de fondo. El Freney presenciaba los rugidos del glaciar quejumbroso del cambio climático. El día siguiente al amanecer se tomaría una determinación.
Desayuno, otro liofilizado, hacer mochila y remontar el rapel. Frío moderado (alrededor de 8 grados bajo cero) con los primeros rayos de sol. Con la altura las condiciones de la pared hacen prever cada vez más tramos de nieve “azúcar”. Nuestro avance no ha sido rápido. Resta media aguja negra y todo lo demás. La decisión es unánime. Es mejor bajar y volver en otra ocasión, con mejores condiciones, más horas de luz y lecciones aprendidas.
Es entonces cuando comienza la gran aventura de esta salida. Descender cerca de 800m de pared surcada por corredores, desplomes y rocas sueltas es una empresa casi tan complicada como continuar la escalada.
Se trata de intentar encontrar las reuniones sobre las que se ha ido cimentando la escalada. Puntos de anclaje relativamente seguros que jalonan el ascenso pero que no están preparados para descender. Esto comporta travesías laterales, búsquedas no siempre fructuosas con la incertidumbre de llegar al final de los 60 m de cuerda sin encontrar nada. Muchos de los anclajes deben ser reforzados con clavos y triangulada la fuerza que soportan repartida por cordinos de abandono. Trabajo tedioso en el que hay que ser minucioso y que no da lugar a error (no en vano los rápeles son de los pocos momentos en escalada en los que todo pende de un punto y larga es su lista de accidentes fatales). Afortunadamente el grupo cuanta con algún componente con experiencia en estas situaciones y tras toda una jornada de descenso y tal vez más de 15 rápeles en los que se enganchaban cuerdas, se desprendían rocas y muchas otras vicisitudes, consiguen otro billete para el ya conocido refugio Borelli, en el cual se adentran al atardecer. El día siguiente ferrata de bajada y vuelta a Chamonix bajo el Mont Blanc (no por la arista, sino a través de su famoso túnel).
El grupo entonces reconsideró objetivos y dadas las condiciones de la alta montaña dedicó los días restantes a la escalada en roca (deportiva y en pared) con el fin de aprovechar el tiempo y mantener el entrenamiento.
Muchos son los alpinistas que aseguran haberse bajado de más montañas de las que han conseguido subir.
La lectura positiva de los integrantes del grupo ha sido la de conocer otra vertiente del Mont Blanc, salir airosos de una situación enrevesada pudiendo poner en práctica diversas maniobras técnicas y haber reforzado la relación entre sus miembros.
Los proyectos siguen vivos. Llámense Patagonia, Peuterey o cualesquiera que puedan surgir.