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Fernando Lázaro Carreter, el guardián de la palabra

jueves 5 de noviembre de 1998

Texto no traducido 03

Fernando Lázaro Carreter iba para médico, pero el destino quiso que se decantase por la disección de las palabras. Incansable filólogo, habitante de la «R» en la Real Academia, de la que es director desde 1991, su libro «El Dardo en la palabra» se ha convertido, en menos de un año, en una cita obligada para todos los que deseen conocer en profundidad los vericuetos de nuestra lengua.

 

«La lengua española cada vez tiene más auge en todo el mundo, no hay más que mirar a Hispanoamérica»

 

Fernando Lázaro Carreter

A expensas de la noche, Fernando Lázaro Carreter, se atrinchera, bajo las mantas, con su audífono y la radio, y escucha con calma las palabras que escapan insomnes de boca de los oyentes. Latidos de una sociedad que a altas horas de la madrugada desnuda sus temores y sentimientos para mostrarse tal y como es. Cheli, vulgar, todo tipo de hablas caen sin conmiseración en el carcaj de este arquero de la lengua que las dispara en forma de dardos. Ahora, con los años de la experiencia a cuestas, don Femando explica que él, en realidad, iba para médico, y terminó filólogo, «lo que no es de extrañar porque no aguanté ni la primera lección de anatomía, donde le sacaron los intestinos a un cadáver ». Desde la publicación de El dardo en la palabra, Lázaro Carreter se ha convertido en blanco de todo tipo de elogios y preguntas acerca del andamiaje que levanta el gran edificio que es nuestra lengua. Un faro de luz al que acudir cuando las dudas acechan.

¿Ya leía de pequeño?

Siempre he leído mucho. Recuerdo que con nueve años devoraba las columnas de los periódicos. Me apasionaba Azorín. En él forjé mi amor por la lengua española. Creo que es uno de los grandes escritores de la lengua española. Un punto de partida, que hay continuar con Ortega y Gasset. Luego, ya se está preparado para leer cualquier cosa.

 

«Cuando escribía a mano,

lo hacía en hojas de colores que traía de París"

 

¿ Cuáles son sus manías a la hora de escribir?

Las tuve cuando escribía a mano. Yo tengo la casa llena de hojas de papel cuadriculado de colores que vendían en París. Cada vez que iba allí me traía enormes cantidades, la maleta llena. Un papel muy bueno y sólido. Amarillo, verde, rosa, los combinaba y sabía que tal trabajo lo tenía en tal o cual color.

¿ Continúa escribiendo igual?

Bueno, cada vez me resulta más complicado escribir a mano y el ordenador es mi gran defensa, porque si no, no sé luego lo que he puesto. En realidad, no es tanto una afición como una necesidad. También es verdad que resulta muy cómodo, en vez de un archivo enorme de papel, le das a una tecla y te sale lo que escribiste hace diez años. Internet también me resulta curioso, aunque cada vez lo veo menos. Lo utilizo sobre todo para ver catálogos de bibliotecas que están a miles de kilómetros.

¿ Observa cómo habla la gente en algún lugar concreto?

Observo en general, aunque mi sitio preferido es la cama. Por la noche, con el auricular en el oído, escucho lo que dicen los oyentes, sobre todo de madrugada, que es cuando hay más llamadas inesperadas. El otro día una señora dijo que estaba a punto de desborciarse y me parece muy bien, siempre es mejor eso que divorciarse.

Ha vivido muchas etapas literarias, ¿se habla mejor ahora que antes?

No se puede decir. Un artículo de un periódico destacaba que la tragedia ocurrida en hispanoamérica nos ha permitido escuchar a indios expresándose perfectamente en castellano, aunque están a miles de kilómetros. Sin embargo, España tiene la lengua del viernes por la tarde, de discoteca, totalmente atropellada. Muchos ya observan con preocupación este fenómeno de empobrecimiento. Hay mucha contaminación idiomática, creo que se está perdiendo la castidad del idioma con adjetivos estrepitosos y la carencia de riqueza. «Estamos en los primeros estertores del partido», escuché el otro día en la radio. Parece que esta expresión no la puede tener un campesino de Huesca, ni un hondureño, pero sí un analfabeto español con un micrófono.

 

«La Real Academia Española es un mero

notario de la lengua de la calle"

 

Como director de la Real Academia, ¿ cuál ha sido su contribución?

La misma que la del resto de los miembros. El director es uno más. Decía hoy un periódico «¿el viagra o la viagra?, que decida Lázaro Carreter ». Yo no puedo decidir nada, sólo soy uno más.

¿Resulta complicado para la Real Academia aceptar unas palabras y rechazar otras?

La Real Academia es un notario de la calle. La gente es la dueña de la lengua. Intentamos ser cada vez más fieles a la realidad, mejorando nuestra base de datos. De todas formas, las palabras que dejan huella, como carroza, entran siempre en el diccionario. A menudo entran multitud de palabras extranjeras de uso corriente, centenares, sobre todo estadounidenses. A veces la gente no se da cuenta de que forman parte de nosotros. En castellano tenemos más de 4.000 arabismos. Los españoles de la Edad Media se encontraban como nosotros hoy. Alcalde, alguacil ... eran extranjerismos que aceptaban como propios. Nuestras principales preocupaciones son mantener la unidad con Hispanoamérica y ser guía para los que quieran mantener la lengua española con toda su fuerza y carácter.

¿ Qué proyecto no ha llevado a cabo?

Creo que partir de cuatro millones de palabras, hechas en tres siglos, no fiables, en ediciones malas, explicadas por copistas que cobraban por palabra y escatimaban toda clase de esfuerzos, y pasar a las 120.000 acepciones es un motivo más que de sobra para estar contento. Dejo sin realizar un libro de estilo, de acuerdo con los medios de comunicación.

Uno sólo para todos. Y es una pena que no se haya podido escribir, porque creo que la única capaz de hacerlo es la Real Academia, ya que no es parte interesada.

¿Cómo se digiere que tras veinte años de colaboraciones logre el gran éxito editorial con una recopilación?

El secreto es la sencillez y brevedad de los artículos, que se pueden leer en los descansos de los partidos de fútbol. Entre gol y gol se puede descubrir como hablar mejor.

 

 

Con la nieve en los talones

Fernando Lázaro Carreter

Lázaro Carreter tuvo un Servicio Militar en condiciones. «Entré en el Ejército como oficial de las Milicias Universitarias en el Batallón de Montaña nº 3, con base en Zaragoza, aunque estábamos desplegados en Candanchú (Pirineo). Aquello sí que era duro de verdad. Había que relevar a la guardia cada cuarto de hora porque hacía tanto frío que corría el riesgo de congelación, sobre todo algunas partes como la nariz y las manos. Cuando la nieve cubría por completo los pabellones de madera donde dormían los soldados y estábamos totalmente aislados, pensábamos que nos íbamos a morir ».

Lázaro Carreter recuerda con cariño su paso por el Ejército, «los oficiales éramos unos privilegiados porque, aunque teníamos un recinto de 20 metros cuadrados, por lo menos era de piedra y eso se notaba mucho. En aquellas condiciones era todo un lujo». Entre sus recuerdos destaca «el día en que me licencié, que coincidió con las Navidades. Había nevado y nos habíamos quedado incomunicados en medio del Pirineo. Para ir desde Candanchú a Jaca, donde tenía que coger el tren, tuve que esquiar unos cuantos kilómetros».

En cuanto al lenguaje en el Ejército, Lázaro Carreter destaca «el nivel cultural que había entre los militares, aunque la mayoría de mis compañero eran universitarios».