Cruzando el puente Tito
Teniente Francisco Jesús Aguilar
Tercio "Gran Capitán", 1º de la Legión
Por fin los bosnio-croatas han accedido a entregar los medicamentos que guardan en su hospital para que puedan ser llevados al hospital musulmán de Mostar, y que tan perentoriamente necesitan los heridos bosniacos. No ha sido fácil la negociación. Querían allí periodistas. La guerra de la imagen también juega sus cartas entre los desastres de Bosnia-Herzegovina. Se han conformado con el equipo de información pública que el Ministerio de Defensa español tiene allí desplegado, que filman la recogida de los medicamentos y el interior del hospital.
No va a ser fácil la misión, porque llueven granadas por todos lados, hay días que se han contado hasta dos mil, y el fuego de fusilería cose las calles de la que fue la bella ciudad de los puentes y se ha convertido en la oscura ciudad del horror. La Agrupación “Canarias” lo sabe y no se permite un descanso.
«Nos preparamos», dice el teniente Aguilar a sus legionarios, «salimos en media hora». Las despedidas describen nuestro corazón más que los encuentros. En ese momento recuerda el día que partió de Melilla, y para despedirse escribió sobre la humedad del cristal de la ventana dos palabras. En este momento recuerda esas palabras y a quién iban dirigidas. Se pone el chaleco antifragmentos, coge su pistola y su CETME, comprueba los cargadores, pone el seguro y se dirige a su blindado.
El capitán va en vanguardia, dos blindados van en el centro y cerrando la columna, en ese lugar difícil donde avanzas mirando hacia atrás, el blindado del teniente Francisco Jesús Aguilar. Atraviesan el bulevar y alcanzan en Mostar este, el hospital croata, donde recogen los medicamentos.
El director del hospital sigue insistiendo en que quiere que la prensa internacional capte el momento.
Los legionarios saben que la memoria está en las calles, que hay demasiado polvo disperso por las explosiones en el aire, y que tienen que tomar el irremediable camino que los lleve a atravesar el puente Tito. Se ha informado a la zona operativa del ejército bosniocroata de que van a cruzarlo, pero están viviendo ese momento en el que no se respetan ni tregua ni hospitales, y llevan la certeza de que la columna recibirá fuego desde los edificios que los rodean y que estrechan las calles con el sinuoso sonido de los disparos y las explosiones.
El teniente Aguilar permanece en su escotilla, que le cubre la espalda. La columna está a unos metros de tocar el puente Tito y bajo él se intuye el Neretva en sus perfiles; pero sometida la piedra a tanto castigo, el humo y el polvo satura el aire; y los blancos blindados, bajo bandera de las Naciones Unidas, se abren paso hacia el barrio musulmán mientras interponen su camino entre el fuego cruzado que musulmanes y bosniocrotas desatan desde la calle Santice y desde la plaza que los españoles llaman de España. «Saben que vamos, saben que somos fuerzas de interposición de la ONU, saben que llevamos medicamentos al hospital musulmán; y siguen disparando».
Es un camino que ya han hecho antes pero que nunca es el mismo. Los blindados rompen los haces de luz que, como espadas, cruzan el polvo, iluminando la arena que cae por su propio peso al suelo. No hay un vehículo que no tenga impactos; todos, hombres y máquinas están recibiendo un duro castigo; pero aguantan, saben que lo primero es la misión, y los heridos y los enfermos que les esperan en el hospital musulmán en Mostar Este.
Los conductores y los jefes de vehículo mantienen la vista alerta. Los legionarios, dentro de los blindados, no ven el polvo que levanta las explosiones, ni las angostas ventanas, ni los muros que supuran odio, y se guían por los olores y por los ruidos. Todos se mantienen firmes en su camino y la divisoria, que es el puente Tito, está muy cerca.
El teniente Aguilar aguanta firme en su puesto. Va el último, guardando espalda y flanco de la columna...
El teniente Aguilar aguanta firme en su puesto. Va el último, guardando espalda y flanco de la columna. Todavía no es consciente de que el valor es la más perdurable memoria. Cuando, de pronto, un disparo, desde posiciones croatas, le atraviesa el hombro rozándole la médula que tan gloriosamente, en ese momento, ha ardido (soneto de Quevedo), y cae muerto, sobre la escotilla. Cruzan el puente Tito mientras el convoy llega con los medicamentos al hospital musulmán de Mostar para salvar vidas, que era su misión aquel día 11 de junio de 1993.
Texto no traducido
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